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La futura catástrofe cósmica

  • Fecha de publicación: Martes, 25 Marzo 2008, 14:20 horas

El universo consiste de una creación física, material, la cual está rodeada por un mundo invisible espiritual.  El reino espiritual es real, permanente y más “substancial” que el material.  Dios, quien es Espíritu, mora en los lugares celestiales al igual que una cifra innumerable de ángeles (caídos y no caídos).

A Satanás, quien fuera el primer ministro en el reino angélico, se le llama “...el dios de este siglo...” en 2 Corintios 4:4, aunque debería llamársele mejor el «dios de esta era», ya que controla la sociedad como un todo.  Bajo él, hay por lo menos cuatro órdenes de ángeles poderosos descritos crípticamente en Efesios 6:12 como “...principados... potestades... gobernadores de las tinieblas de este siglo... huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.

“El mundo espiritual” no se encuentra “arriba” por encima de las estrellas.  La creación material está impregnada de lo espiritual, y es sustentada por este mundo espiritual, invisible que nos rodea.  Por consiguiente, somos influenciados e impactados por los conflictos angélicos que tienen lugar a nuestro alrededor.

Esta guerra involucra a los ángeles buenos y los caídos, y la Escritura nos deja saber que las armas con que contamos los creyentes son poderosas y efectivas en esta arena de la batalla.  Por la Biblia asimismo sabemos que los ángeles tienen dominio sobre las naciones, ciudades y reinos.

El sueño de Nabucodonosor

      Lo que la Biblia llama “los tiempos de los gentiles”, es un largo período durante el cual Israel la nación modelo escogida por Dios, es eclipsada (e incluso puesta a un lado) mientras el Señor trata con las potencias del sistema mundial gentil, es decir, no judío.  Este ciclo comenzó con el cautiverio de Israel en Babilonia, en el tiempo de la destrucción del primer templo el 9 del mes de Ab, del año 586 A.C.  Ese tiempo de los gentilesconcluirá con la última invasión final a Jerusalén por los ejércitos descritos en Zacarías 14:1-3, culminando con el retorno del Mesías de Israel, el Señor Jesucristo, sobre el monte de los Olivos.

Jesús delinea “los tiempos de los gentiles” en su recuento del discurso de los Olivos registrado en el evangelio de Lucas.  Dice: “Mas ¡ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo.  Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan” (Lc. 21:23, 24).

El sueño de Nabucodonosor interpretado por el profeta Daniel, anticipaba que se levantarían cuatro grandes potencias mundiales que dominarán al mundo hasta el día del retorno del Mesías: “Tú, oh rey, veías, y he aquí una gran imagen.  Esta imagen, que era muy grande, y cuya gloria era muy sublime, estaba en pie delante de ti, y su aspecto era terrible.  La cabeza de esta imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido.  Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó.  Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno.  Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra.  Este es el sueño; también la interpretación de él diremos en presencia del rey.  Tú, oh rey, eres rey de reyes; porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad.  Y dondequiera que habitan hijos de hombres, bestias del campo y aves del cielo, él los ha entregado en tu mano, y te ha dado el dominio sobre todo; tú eres aquella cabeza de oro.  Y después de ti se levantará otro reino inferior al tuyo; y luego un tercer reino de bronce, el cual dominará sobre toda la tierra.  Y el cuarto reino será fuerte como hierro; y como el hierro desmenuza y rompe todas las cosas, desmenuzará y quebrantará todo.  Y lo que viste de los pies y los dedos, en parte de barro cocido de alfarero y en parte de hierro, será un reino dividido; mas habrá en él algo de la fuerza del hierro, así como viste hierro mezclado con barro cocido.  Y por ser los dedos de los pies en parte de hierro y en parte de barro cocido, el reino será en parte fuerte, y en parte frágil.  Así como viste el hierro mezclado con barro, se mezclarán por medio de alianzas humanas; pero no se unirán el uno con el otro, como el hierro no se mezcla con el barro.  Y en los días de estos reyes el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre, de la manera que viste que del monte fue cortada una piedra, no con mano, la cual desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro.  El gran Dios ha mostrado al rey lo que ha de acontecer en lo por venir; y el sueño es verdadero, y fiel su interpretación” (Dn. 2:31-45).

Sin embargo, lo más importante de todo, es cómo termina esta visión.  El reino venidero de Dios sobre la tierra no tomará lo mejor de lo que exista de las civilizaciones de este mundo, con su progreso, sus leyes, cultura, religión y economía.  No será “un nuevo orden mundial” construido sobre los cimientos del primero, sino que será una forma de gobierno totalmente nueva, que destruirá y suplantará completamente todos los gobiernos de las naciones que existan en el momento en que el Señor Jesucristo retorne.  La entera imagen que viera Nabucodonosor en su sueño y que representa los imperios gentiles, quedará reducida a añicos por la llegada del reino de Dios a la tierra.

Lo que sugiere el pasaje de Daniel, es que ningún régimen humano, ni religión mundial, ni sistema comercial, se aproximará siquiera al modelo del gobierno divino.  Los siglos transcurridos no han significado más progreso y evolución hacia una administración mejor, sino una decadencia inexorable en la moral, conducta y comportamiento de los seres humanos.

Cuando el Señor Jesucristo retorne a este planeta, establecerá un sistema gubernamental completamente nuevo.  Nada de lo antiguo de las naciones gentiles permanecerá.  Obviamente, una reorganización de tal naturaleza no involucrará un simple cambio de los líderes humanos existentes, tampoco una reforma de los gobiernos nacionales, sino la remoción de todos los gobernantes existentes y un reemplazo total del entero sistema, asimismo de todas las infraestructuras de la sociedad.

El comienzo de este nuevo sistema de gobierno mundial bajo el Mesías, está anticipado en el capítulo 19 de Apocalipsis: “Entonces vi el cielo abierto; y he aquí un caballo blanco, y el que lo montaba se llamaba Fiel y Verdadero, y con justicia juzga y pelea.  Sus ojos eran como llama de fuego, y había en su cabeza muchas diademas; y tenía un nombre escrito que ninguno conocía sino él mismo.  Estaba vestido de una ropa teñida en sangre; y su nombre es: EL VERBO DE DIOS.  Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos.  De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso.  Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES” (Ap. 19:11-16).

El derrocamiento de los regímenes gubernamentales de la tierra en el tiempo del fin, también estará acompañado por la destitución simultánea de todas las potencias angélicas gobernantes que están detrás del escenario orquestando los eventos mundiales.

Las potencias de los cielos serán conmovidas

      Hay muchas referencias a la conmoción de las potencias de los cielos para el tiempo de la segunda venida del Mesías.  Isaías dijo: “He aquí que Jehová vacía la tierra y la desnuda, y trastorna su faz, y hace esparcir a sus moradores... La tierra será enteramente vaciada, y completamente saqueada; porque Jehová ha pronunciado esta palabra... Será quebrantada del todo la tierra, enteramente desmenuzada será la tierra, en gran manera será la tierra conmovida.  Temblará la tierra como un ebrio, y será removida como una choza; y se agravará sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se levantará.  Acontecerá en aquel día, que Jehová castigará al ejército de los cielos en lo alto, y a los reyes de la tierra sobre la tierra.  Y serán amontonados como se amontona a los encarcelados en mazmorra, y en prisión quedarán encerrados, y serán castigados después de muchos días.  La luna se avergonzará, y el sol se confundirá, cuando Jehová de los ejércitos reine en el monte de Sion y en Jerusalén, y delante de sus ancianos sea glorioso” (Is. 24:1, 3, 19-23).

Pero... ¿Ha ocurrido antes algo parecido en nuestro planeta?  Sí, el gran diluvio de Noé fue un desastre que acabó con miles de millones de personas, quedando sólo ocho sobrevivientes.  En el tiempo del diluvio un grupo de ángeles diabólicos fue removido de su posición en el reino espiritual y fueron encadenados en un lugar llamado «Tártaro», debido a su unión con mujeres de la tierra a quienes les engendraron una raza de semidioses, de gigantes conocidos como los «Nefilims», los caídos.  La remoción de este grupo de ángeles caídos se encuentra registrada en la epístola de Judas, asimismo en la segunda epístola de Pedro:

•     “Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día; como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno” (Jud. 6, 7).
•     “Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio” (2 P. 2:4).

La existencia de un segundo grupo de gigantes después del diluvio, que eran descendientes de las mujeres de la tierra y los ángeles caídos, entre los cuales estaba Goliat, indica que no todos los ángeles caídos culpables fueron encadenados en el tiempo del diluvio y que después hubo rebeliones adicionales.  Estos ángeles no han sido juzgados todavía y están trabajando activamente en sus perversidades en contra de nuestra raza.

En el capítulo 3 de su segunda epístola, el apóstol Pedro sugiere de manera enfática que el juicio de Dios en el tiempo del diluvió incluyó mucho más que la destrucción de la vida humana y su hábitat.  La naturaleza fue trastornada profundamente y el clima cambió para siempre.  La tierra original que constituía un solo continente (una gran pangea), se rompió y los pedazos se separaron rápidamente.  El clima que previamente fuera moderado y uniforme, fue reemplazado por el contraste intenso de las estaciones.  Tormentas y eventos violentos previamente desconocidos en el mundo antediluviano comenzaron a ser cosa común, y extensas regiones del globo se tornaron inhabitables para todos los propósitos prácticos.  No es irrazonable suponer que en ese tiempo ocurrieran también interrupciones fundamentales en las leyes de la física.

El profeta Hageo habló de un evento en el tiempo del fin que involucrará la sacudida tanto de los cielos como de la tierra: “Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos.  Mía es la plata, y mío es el oro, dice Jehová de los ejércitos.  La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho Jehová de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice Jehová de los ejércitos” (Hag. 2:6-9).

En el capítulo 34, el profeta Isaías compara este evento del estremecimiento de los cielos y la tierra con la derrota final de Edom, dice: “Y todo el ejército de los cielos se disolverá, y se enrollarán los cielos como un libro; y caerá todo su ejército, como se cae la hoja de la parra, y como se cae la de la higuera.  Porque en los cielos se embriagará mi espada; he aquí que descenderá sobre Edom en juicio, y sobre el pueblo de mi anatema” (Is. 34:4, 5).

En el libro Venga tu Reino, hágase tu voluntad, los pastores Lambert Dolphin y Ron Graff detallan extensamente los juicios finales de Dios que están programados para Edom y Babilonia a la conclusión de la era presente.

En el Nuevo Testamento, el escritor de la epístola a los Hebreos contrasta la entrega de la Ley en el monte Sinaí, con la vida bajo el nuevo pacto puesto en efecto por el Señor Jesucristo en la última cena: “Porque no os habéis acercado al monte que se podía palpar, y que ardía en fuego, a la oscuridad, a las tinieblas y a la tempestad, al sonido de la trompeta, y a la voz que hablaba, la cual los que la oyeron rogaron que no se les hablase más, porque no podían soportar lo que se ordenaba: Si aun una bestia tocare el monte, será apedreada, o pasada con dardo; y tan terrible era lo que se veía, que Moisés dijo: Estoy espantado y temblando; sino que os habéis acercado al monte de Sion, a la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial, a la compañía de muchos millares de ángeles, a la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el Juez de todos, a los espíritus de los justos hechos perfectos, a Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.  Mirad que no desechéis al que habla.  Porque si no escaparon aquellos que desecharon al que los amonestaba en la tierra, mucho menos nosotros, si desecháremos al que amonesta desde los cielos.  La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo.  Y esta frase: Aún una vez, indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles.  Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor” (He. 12:18-29).

Cuando Dios le entregó la Ley a Moisés, el monte Sinaí se estremeció por el terremoto y se escucharon sonidos y se vieron señales aterradoras, porque la Ley significaba juicio.  Quienes se acercan a Dios por misericordia bajo los términos del nuevo pacto, son recibidos con gozo en la compañía de los creyentes verdaderos de todas las edades.  Esos hombres y mujeres han llegado a un monte diferente, al monte de Sion en donde están abiertas para ellos las puertas de la Nueva Jerusalén, la Jerusalén celestial.

El pasaje citado anteriormente le advierte a todos esos que rehúsan aceptar la gracia de Dios, que no habrá un refugio seguro para ellos cuando Dios estremezca por última vez tanto los cielos como la tierra.  De acuerdo con este pasaje, lo que será removido al final de la edad, son todas las instituciones y autoridades, todos los dominios, poderes y jerarquías humanas y angélicas.  Todo será estremecido para destrucción y lo que permanecerá, sólo serán las obras construidas por el propio Dios.

¿Cuándo ocurrirá todo esto?

      En su discurso en el monte de los Olivos, el Señor Jesucristo dijo claramente que la gran sacudida de las potencias de los cielos, precederá su segunda venida en gloria: “Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas.  Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria.  Cuando estas cosas comiencen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca.  También les dijo una parábola: Mirad la higuera y todos los árboles.  Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está ya cerca.  Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.  De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca.  El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.  Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.  Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra.  Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre” (Lc. 21:25-36)

El gran terremoto

      La Biblia no deja lugar a dudas respecto al hecho, que durante el período de la tribulación que se aproxima, habrán terremotos a todo lo ancho del mundo, a pesar de que no hay evidencia de que algo similar haya ocurrido hasta este momento.  Al final de la edad habrá un movimiento telúrico gigantesco en toda la tierra, seguido por una serie de grandes temblores.  Todo esto se encuentra mencionado en el libro de Apocalipsis durante el mismo período “...cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra...” (Ap. 6:12, 13a).

Ese terremoto final es evidentemente el evento en la tierra que coincide con ese día cuando “las estrellas caerán del cielo”, es decir, cuando los ángeles caídos serán finalmente expulsados de las alturas y puestos en prisión, tal como predice el siguiente pasaje de Isaías, quien lo asocia con “la presencia formidable de Jehová”: “Y se meterán en las cavernas de las peñas y en las aberturas de la tierra, por la presencia temible de Jehová, y por el resplandor de su majestad, cuando él se levante para castigar la tierra.  Aquel día arrojará el hombre a los topos y murciélagos sus ídolos de plata y sus ídolos de oro, que le hicieron para que adorase, y se meterá en las hendiduras de las rocas y en las cavernas de las peñas, por la presencia formidable de Jehová, y por el resplandor de su majestad, cuando se levante para castigar la tierra” (Is. 2:19-21).

Ezequiel asimismo describe un gran estremecimiento telúrico asociado con la invasión al territorio de Israel por los ejércitos de Gog y Magog.  Esta invasión desde el norte ocurrirá durante el período de la tribulación.  Sin embargo, algunos comentaristas bíblicos creen que tendrá lugar durante la primera mitad de los siete años de este período, tal como el pastor Ray C. Stedman, quien creía que este terremoto masivo es el punto que coloca esta invasión del norte como una faceta de la campaña general del Armagedón.

Sin embargo, no creo que sea así, porque la destrucción de Rusia debe tener lugar antes que comience la tribulación, porque Israel pasará siete años quemando las armas, después que Dios haya traído destrucción sobre ellos: “Y los moradores de las ciudades de Israel saldrán, y encenderán y quemarán armas, escudos, paveses, arcos y saetas, dardos de mano y lanzas; y los quemarán en el fuego por siete años.  No traerán leña del campo, ni cortarán de los bosques, sino quemarán las armas en el fuego; y despojarán a sus despojadores, y robarán a los que les robaron, dice Jehová el Señor” (Ez. 39:9, 10).

¡Asimismo es imposible pensar que esto pueda tener lugar durante el milenio!  Por consiguiente, debe ocurrir o al principio de la tribulación o antes.  Incluso hay expositores de la Palabra de Dios que creen que el rapto podría ocurrir en medio de la destrucción de Rusia y que así la humanidad tal vez podría pensar que simplemente fuimos destruidos.  O bien que Rusia podría ser destruida antes del rapto de la Iglesia, porque como ya mencionara, la profecía de Ezequiel asegura que Israel estará quemando las armas por siete años.  Como los judíos serán perseguidos por el Anticristo durante los últimos tres años y medio de la tribulación, esto sugiere que Rusia y sus aliados árabes bien podrían ser destruidos tres años y medio antes del principio de la tribulación, porque es imposible que Israel se esté escondiendo y al mismo tiempo quemando armas.

Pero veamos cómo describe la Biblia este gran terremoto: “Porque he hablado en mi celo, y en el fuego de mi ira: Que en aquel tiempo habrá gran temblor sobre la tierra de Israel; que los peces del mar, las aves del cielo, las bestias del campo y toda serpiente que se arrastra sobre la tierra, y todos los hombres que están sobre la faz de la tierra, temblarán ante mi presencia; y se desmoronarán los montes, y los vallados caerán, y todo muro caerá a tierra.  Y en todos mis montes llamaré contra él la espada, dice Jehová el Señor; la espada de cada cual será contra su hermano.  Y yo litigaré contra él con pestilencia y con sangre; y haré llover sobre él, sobre sus tropas y sobre los muchos pueblos que están con él, impetuosa lluvia, y piedras de granizo, fuego y azufre.  Y seré engrandecido y santificado, y seré conocido ante los ojos de muchas naciones; y sabrán que yo soy Jehová” (Ez. 38:19-23).

En el libro de Apocalipsis hay cuatro menciones específicas a terremotos violentos.  Por el momento consideremos la posibilidad de que Apocalipsis esté describiendo un evento único al final de la tribulación cuando el Señor Jesucristo retorne.  El pastor Stedman sugirió, como ya mencionara, que este solo movimiento telúrico marca un punto clave de lo que será una serie de juicios paralelos.

Un preludio al primer terremoto

      Leemos en Apocalipsis 4:5 y 6a: “Y del trono salían relámpagos y truenos y voces; y delante del trono ardían siete lámparas de fuego, las cuales son los siete espíritus de Dios.  Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal...”

El pastor Ray Stedman comenta lo siguiente sobre este pasaje: «Tengamos presente que estos son símbolos.  Lo que ellos representan no siempre son lo que parecen.  Estos son cuadros, una manifestación de lo que realmente está allí.  Los símbolos son muy instructivos».

Juan ve que “del trono salían relámpagos y truenos y voces”.  Estas son las visiones y los sonidos asociados con la entrega de la Ley en el monte Sinaí.  El monte se estremecía constantemente con el gran estrépito de los truenos y estaba cubierto de nubes oscuras que se iluminaban por el resplandor de los relámpagos.  Era un espectáculo sobrecogedor, una visión que tenía al pueblo de Israel petrificado de miedo.  Por consiguiente, estos sonidos son un símbolo del juicio de Dios.

Apocalipsis es básicamente el tiempo cuando el Señor cambia de gracia a juicio.  A través de toda la Biblia ha sido un Dios misericordioso, compasivo, llamando a las personas para que abran sus mentes, buscando instruirlos nuevamente, tratando de que se detengan, escuchen y acepten la verdad.  Pero finalmente todo esto se convertirá en juicio.  Este es el tema principal del libro de Apocalipsis: decirnos cómo Dios finalmente hace descender sus juicios sobre la humanidad.

El capítulo 6 de Apocalipsis nos ofrece así la primera descripción de un gran terremoto, dice: “Miré cuando abrió el sexto sello, y he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento.  Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar.  Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Ap. 6:12-17).  Lo que es significativo acerca de este gran terremoto que estremece toda la tierra, es que incluye...

•     La destrucción de las principales ciudades del mundo,
•La inundación y desaparición de todas las islas, tal vez por tsunamis, y
•     Cambios topográficos drásticos en Israel y en diferentes lugares.

Como ya mencionara, los terremotos, o tal vez el mismo gran movimiento telúrico, son también descritos en el libro de Apocalipsis en otros pasajes diferentes.  El sexto sello desencadena un gran terremoto; y el séptimo parece precipitar las siete trompetas; y la séptima trompeta las siete copas de la ira de Dios, por consiguiente, estos tres terremotos de increíble intensidad, parecen estar estrechamente asociados el uno con el otro o tal vez se trate de un evento único.  Como muchos comentaristas han hecho notar, la secuencia de tiempo de los eventos en el Apocalipsis, no es lineal.

El terremoto mencionado a la apertura del séptimo sello

      “Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por media hora.  Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante Dios; y se les dieron siete trompetas.  Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono.  Y de la mano del ángel subió a la presencia de Dios el humo del incienso con las oraciones de los santos.  Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto” (Ap. 8:1-5).

Luego, nos dice la Escritura sobre otro gran terremoto, al final del primer lamento, cuando los dos testigos de Dios son levantados de entre los muertos: “Pero después de tres días y medio entró en ellos el espíritu de vida enviado por Dios, y se levantaron sobre sus pies, y cayó gran temor sobre los que los vieron.  Y oyeron una gran voz del cielo, que les decía: Subid acá.  Y subieron al cielo en una nube; y sus enemigos los vieron.  En aquella hora hubo un gran terremoto, y la décima parte de la ciudad se derrumbó, y por el terremoto murieron en número de siete mil hombres; y los demás se aterrorizaron, y dieron gloria al Dios del cielo” (Ap. 11:11-13).

Eso nos lleva al último gobierno de los hombres sobre la tierra.  En el momento de la crucifixión un gran terremoto estremeció el planeta, igualmente el día de la resurrección del Señor.  En esta ocasión futura el movimiento telúrico estará centrado en Jerusalén.  Una décima parte de las ciudades colapsarán y morirán siete mil personas.

Los profetas del Antiguo Testamento asimismo predicen este mismo terremoto formidable.  En el capítulo 14 de Zacarías, el profeta dice que cuando el Señor Jesucristo descienda a la tierra, el monte de los Olivos se partirá por el medio.  Uno puede imaginar fácilmente lo que haría un terremoto masivo de tal naturaleza en el moderno Jerusalén con una población de casi un millón de habitantes.

No hay duda que el cumplimiento de esta profecía será literal, ya que la falla geológica más larga sobre la tierra, se encuentra justo al este de Jerusalén hacia el valle del río Jordán.  Se llama el valle de la Gran Falla, y se extiende debajo del mar Muerto hasta África.  Es el valle en donde se encuentran grandes lagos africanos como el Victoria, Nyansa y otros.  Es la línea en donde el continente africano empalma con el asiático.  Muchos tal vez están familiarizados con la teoría de la deriva continental y el movimiento de las placas tectónicas sobre las que descansan los continentes, por lo tanto, es fácil entender que esto ocurrirá tal como lo describe la Biblia: “El séptimo ángel tocó la trompeta, y hubo grandes voces en el cielo, que decían: Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.  Y los veinticuatro ancianos que estaban sentados delante de Dios en sus tronos, se postraron sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, el que eres y que eras y que has de venir... Y se airaron las naciones, y tu ira ha venido, y el tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra” (Ap. 11:15-17a, 18).

Hemos visto estas señales y sonidos dos veces antes.  Marcan el fin del período de la tribulación y el comienzo del milenio.  Estas voces angélicas proclaman el comienzo del reinado de Cristo en la tierra.  Los ancianos le adoran porque ha tomado su gran poder e iniciado su reinado sobre la tierra por un período de mil años, tal como lo expresa claramente el libro de Apocalipsis.

La mención final al gran terremoto en Apocalipsis dice: “El séptimo ángel derramó su copa por el aire; y salió una gran voz del templo del cielo, del trono, diciendo: Hecho está.  Entonces hubo relámpagos y voces y truenos, y un gran temblor de tierra, un terremoto tan grande, cual no lo hubo jamás desde que los hombres han estado sobre la tierra.  Y la gran ciudad fue dividida en tres partes, y las ciudades de las naciones cayeron; y la gran Babilonia vino en memoria delante de Dios, para darle el cáliz del vino del ardor de su ira.  Y toda isla huyó, y los montes no fueron hallados.  Y cayó del cielo sobre los hombres un enorme granizo como del peso de un talento; y los hombres blasfemaron contra Dios por la plaga del granizo; porque su plaga fue sobremanera grande” (Ap. 16:17-21).

El último de estos grandes terremotos tendrá lugar cuando el Señor Jesucristo, al retornar desde Edom, pose sus pies sobre el monte de los Olivos.  El Señor fue visto por última vez partiendo de la tierra desde la cima del monte de los Olivos, cuarenta días después de su resurrección, prometiendo por medio de dos ángeles que regresaría de la misma manera.

Esta falla geológica que corta transversalmente el monte de los Olivos en Jerusalén, podría encontrarse bien por debajo de la superficie, tanto que su verdadera magnitud ha escapado a la detección de los satélites.  Los turistas hoy a menudo se paran en el mismo lugar desde el cual puede verse el monte del Templo al oeste, y el desierto de Judea y el mar Muerto al oriente.  Es allí donde se posará el Señor Jesús, en un futuro no muy distante, dando origen con su acción al terremoto más terrible sobre la tierra y al amanecer de la tan anhelada edad dorada de paz sobre la misma.

Y dice el libro de Zacarías sobre este evento: “Y se afirmarán sus pies en aquel día sobre el monte de los Olivos, que está en frente de Jerusalén al oriente; y el monte de los Olivos se partirá por en medio, hacia el oriente y hacia el occidente, haciendo un valle muy grande; y la mitad del monte se apartará hacia el norte, y la otra mitad hacia el sur.  Y huiréis al valle de los montes, porque el valle de los montes llegará hasta Azal; huiréis de la manera que huisteis por causa del terremoto en los días de Uzías rey de Judá; y vendrá Jehová mi Dios, y con él todos los santos”(Zac. 14:4, 5).

En nuestra generación se han filmado películas y especiales de televisión describiendo guerras nucleares, colisiones de asteroides, cometas que chocan contra la tierra, o el mundo entero amenazado por un virus mortal.  Estamos acostumbrados a todas estas historias ficticias de invasiones de extraterrestres.  Incluso muchos se sienten intrigados por las historias presentadas en la serie de televisión «Los expedientes equis».  Los expertos militares creen que la III Guerra Mundial en el Medio Oriente, es algo prácticamente inevitable. La población mundial continúa creciendo a un ritmo desenfrenado y la violencia aumenta en todas partes del mundo.  Hace sólo unos días las agencias de noticias estaban saturadas con los anuncios de la propagación de la fiebre porcina.

El registro bíblico habla de todas esas posibilidades y aún peores.  Cualquiera que ha pasado por un terremoto grande, podrá testificar que se trata de una experiencia terrible, sentir que el suelo debajo de sus pies se estremece y se hunde.  Sin embargo, nada de esto se compara a Ese día terrible del Señor cuando tal parecerá que los cielos se estarán haciendo pedazos sobre las cabezas de los hombres, por decirlo de alguna manera, cuando al mismo tiempo, los reinos invisibles del mundo espiritual que nos rodean se harán añicos mientras que las ciudades del mundo quedarán reducidas a escombros.  Este no será sólo un horrendo desastre natural, porque detrás de todo estará un Dios airado, quien finalmente ajustará cuentas y arreglará todas las cosas aquí en la tierra.

Jerusalén fue, es y siempre será la ciudad capital de Israel, designada por Dios a lo largo de las edades.  También será el lugar desde donde el Señor Jesucristo gobernará todas las naciones.  En el tiempo de la segunda venida tendrán lugar cambios topográficos de importancia, especialmente en Israel, tal como los que describen Isaías, Ezequiel, Hageo y otros profetas.

Nos faltan las palabras para detallar cómo será el escenario para esos que estén entonces sobre la tierra.  El profeta Sofonías narró esos eventos en esta forma: “Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo; es amarga la voz del día de Jehová; gritará allí el valiente.  Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de asolamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebrecimiento, día de trompeta y de algazara sobre las ciudades fortificadas, y sobre las altas torres.  Y atribularé a los hombres, y andarán como ciegos, porque pecaron contra Jehová; y la sangre de ellos será derramada como polvo, y su carne como estiércol.  Ni su plata ni su oro podrá librarlos en el día de la ira de Jehová, pues toda la tierra será consumida con el fuego de su celo; porque ciertamente destrucción apresurada hará de todos los habitantes de la tierra” (Sof. 1:14-18).

Mientras que Apocalipsis dice sobre los eventos que seguirán a la segunda venida del Señor Jesucristo: “Y los ejércitos celestiales, vestidos de lino finísimo, blanco y limpio, le seguían en caballos blancos.  De su boca sale una espada aguda, para herir con ella a las naciones, y él las regirá con vara de hierro; y él pisa el lagar del vino del furor y de la ira del Dios Todopoderoso.  Y en su vestidura y en su muslo tiene escrito este nombre: REY DE REYES Y SEÑOR DE SEÑORES.  Y vi a un ángel que estaba en pie en el sol, y clamó a gran voz, diciendo a todas las aves que vuelan en medio del cielo: Venid, y congregaos a la gran cena de Dios, para que comáis carnes de reyes y de capitanes, y carnes de fuertes, carnes de caballos y de sus jinetes, y carnes de todos, libres y esclavos, pequeños y grandes.  Y vi a la bestia, a los reyes de la tierra y a sus ejércitos, reunidos para guerrear contra el que montaba el caballo, y contra su ejército.  Y la bestia fue apresada, y con ella el falso profeta que había hecho delante de ella las señales con las cuales había engañado a los que recibieron la marca de la bestia, y habían adorado su imagen.  Estos dos fueron lanzados vivos dentro de un lago de fuego que arde con azufre.  Y los demás fueron muertos con la espada que salía de la boca del que montaba el caballo, y todas las aves se saciaron de las carnes de ellos.  Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano.  Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de tiempo” (Ap. 19:14-20:3).

Notamos que en este pasaje aparece dos veces la frase “mil años”, la que de hecho está mencionada seis veces en el entero capítulo, enseñando de manera implícita, pero definitivamente clara, que habrán mil años de paz sobre la tierra.

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