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Jerusalén, la ciudad eterna y su templo

  • Fecha de publicación: Jueves, 27 Diciembre 2007, 19:59 horas

Sion, la ciudad de Jerusalén, es el lugar a donde habrá de regresar el Mesías.  La ciudad “…que no se mueve, sino que permanece para siempre” (Sal. 125:1), se ha mantenido en la encrucijada de la historia humana por miles de años,  política, militar y espiritualmente.  Jerusalén ocupa el lugar central en el drama del plan redentor de Dios para la tierra.

  Los profetas de Dios le prometieron a la humanidad que el “Hijo de David” vendría un día para gobernar al planeta desde Jerusalén, la capital de su reino eterno.

No hay otra ciudad como Jerusalén en toda la tierra, ya que en ella han ocurrido innumerables eventos bíblicos muy importantes.  El rey David expresó su gozo y entusiasmo al subir a Jerusalén para adorar al Dios Altísimo, al Dios de Israel, con las siguientes palabras: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos.  Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas, oh Jerusalén” (Sal. 122:1-2).

Dios escogió a Jerusalén como su ciudad personal.  Su autoridad sobre ella es eterna, y en Jerusalén se cumplirá su plan redentor respecto al ser humano.  Es el único lugar al que Dios se refiere como “mi ciudad” (Is. 45:13), y más frecuentemente como “mi santo monte” (Is. 11:9, 56:7, 57:13; Ez. 20:40; Jl. 2:1, 3:17).
Debido a que Jerusalén es la ciudad donde Dios ha puesto su nombre, frecuentemente se le llama la “ciudad santa”(Neh. 11:1; Is. 52:1; Ap. 11:2).  Dios ama a Jerusalén más que a cualquier otro lugar, y la seleccionó para establecer su propia morada:

•   “Su cimiento está en el monte santo.  Ama Jehová las puertas de Sion más que todas las moradas de Jacob.  Cosas gloriosas se han dicho de ti, Ciudad de Dios” (Sal. 87:1-3).
•   “Porque Jehová ha elegido a Sion; la quiso por habitación para sí.  Este es para siempre el lugar de mi reposo; aquí habitaré (pondré mi trono), porque la he querido. Bendeciré abundantemente su provisión…” (Sal. 132:13-15a).

La mayoría de los acontecimientos más importantes en la historia bíblica han ocurrido allí.  Las calles y piedras de Jerusalén fueron testigos de los eventos asombrosos que rodearon la muerte y resurrección de Jesús el Mesías, hace más de dos mil años.  Ahora se encuentra esperando el cumplimiento de la profecía más importante: la venida del rey prometido, de Jesús el Príncipe de Paz.  A través de la historia, Jerusalén ha sido conocida por diversos nombres:

•   En Génesis 14:18 y Hebreos 7:1, 2 se le llama “Salem”, la ciudad de Melquisedec.
•   En 1 Crónicas 11:4, “Jebús”: “Entonces se fue David con todo Israel a Jerusalén, la cual es Jebús; y los jebuseos habitaban en aquella tierra”.
•   En hebreo significa «Ciudad de Paz».
•   En 2 Samuel 5:9; 1 Reyes 11:27 y otros textos más, se le llama “la Ciudad de David”.
•   En el año 135 de la era cristiana, el emperador Adrián le cambió el nombre por Aelia Capitolina.
•   Posteriormente los musulmanes la llamaron Al Kuds, nombre que en árabe significa «El Sagrado».
Otros de los múltiples nombres para Jerusalén son:
•   “La ciudad de Dios” (Sal. 46:4).
•   “La ciudad de Judá”(2 Cr. 25:28).
•   “La ciudad... alabada”(Jer. 49:25).
•   “La ciudad (del) gozo”(Jer. 49:25).
•   “Ciudad de justicia”(Is. 1:26).
•   “Ciudad fiel”(Is. 1:26).
•   “La ciudad del gran Rey” (Sal. 48:2; Mt. 5:35).
•   “Ciudad de Jehová” (Is. 60:14).
•   “Ciudad de la Verdad”(Zac. 8:3).
•   “La puerta de mi pueblo”(Abd. 1:13; Mi. 1:9).
•   “Hefzi-bá” y “Beula”(Is. 62:4).
•   “El monte de Jehová de los ejércitos” y “Monte de Santidad”(Zac. 8:3).
•   “Perfeción de hermosura”, “el gozo de toda la tierra”(Sal. 50:2, 48:2; Lm. 2:15).
•   “Trono de Jehová”(Jer. 3:17).
•   “Sion del Santo de Israel” (Is. 60:14).
•   “Ariel”(Is. 29:1).

El nombre de “Jerusalén” aparece en la Biblia unas 811 veces, 667 veces en el Antiguo Testamento y 144 en el Nuevo Testamento.  Además, los eruditos bíblicos dicen que hay más de 70 diferentes nombres poéticos y descriptivos para Jerusalén, siendo “Sion”el más frecuente, se menciona 152 veces.
Jerusalén se halla ubicada en la ruta comercial y línea militar más importante del Medio Oriente.  Como es reverenciada por judíos, cristianos y musulmanes, ha sido foco de atracción para una lista interminable de mercaderes, militares, eruditos, arqueólogos y clérigos.

El nombre«Jerusalén», significa «fundada en paz».  Pese a todo, Salem o Shalom, en hebreo, y Salaam, en árabe, ha sufrido más angustia de guerra que ningún otro lugar de este planeta.  Desde su humilde principio en Génesis 14:18, ha atraído la atención de la humanidad.  Cuando David era rey se convirtió en la capital del territorio de Israel y permanecía como tal cuando Salomón finalmente obtuvo todo el territorio que Dios le prometiera a Abraham.

La “morada de Dios”

  Geográficamente, Jerusalén carece de todo lo que distingue a las ciudades grandes y poderosas.  No tiene acceso marítimo, no se encuentra en las principales rutas comerciales, ni tampoco posee importancia militar.  No obstante, siempre ha sido y será, el centro espiritual y administrativo de Dios en la tierra.  El salmista la describió como una “hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sion, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey” (Sal. 48:2).

Jerusalén era, y es, el lugar físico donde mora la presencia de Dios, porque es central en sus planes redentores para toda la humanidad.  El testimonio de esta ciudad es el propio testimonio de Dios quien vino en forma humana para redimir al mundo.  El salmista consideró que debía declararse esta historia de generación en generación, por eso escribió: “Andad alrededor de Sion, y rodeadla; contad sus torres.  Considerad atentamente su antemuro, mirad sus palacios; para que lo contéis a la generación venidera.  Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; él nos guiará aun más allá de la muerte” (Sal. 48:12-14).

Dios determinó que Jerusalén, la Ciudad de Paz, fuera el centro de los eventos mundiales.  En el año 1004 A.C., bajo la bendición y dirección de Dios, David conquistó este lugar localizado entre las fronteras de los territorios de Judá y Benjamín.  Luego, la ciudad de Jerusalén también sirvió para unificar los reinos de Israel y de Judá, convirtiéndose en capital espiritual y administrativa de ambos.  Por consiguiente, era de suma importancia que David estableciera el templo santo de Dios, en el lugar de su morada, en Jerusalén:

•   “Mas a Jerusalén he elegido para que en ella esté mi nombre, y a David he elegido para que esté sobre mi pueblo Israel” (2 Cr. 6:6).
•   “Porque yo ampararé esta ciudad para salvarla, por amor a mí mismo, y por amor a David mi siervo” (2 R. 19:34).
•   “Mas por amor a David, Jehová su Dios le dio lámpara en Jerusalén, levantando a su hijo después de él, y sosteniendo a Jerusalén” (1 R. 15:4).

David compró “la era de Arauna” para edificar un altar para Dios y más tarde llevó allí el arca del pacto.  En ese mismo sitio, Salomón construyó el primer templo, el cual también fue lugar del segundo templo, el que fue construido bajo la dirección de Josué y Zorobabel y extendido y decorado después con más esplendor por el rey Herodes.  Fue en ese monte del templo donde moró la presencia de Dios por más de mil años, y allí mismo regresará nuestro Señor para establecer su reino milenial.

En la Biblia, el lugar del templo se identifica como el monte Moriah, donde Abraham estuvo dispuesto a sacrificar a Isaac, y también como el monte Sion.  Hoy día, encontramos en el mismo monte un gran centro musulmán, mezquitas y otros edificios de oración.  El área es totalmente controlada por las autoridades islámicas, tanto la superficie como las partes subterráneas del monte.  Los cristianos y los judíos tienen terminantemente prohibido orar en este lugar, y si lo hacen, son inmediatamente removidos de los predios.

El monte Moriah

   En sus comienzos la ciudad de Jerusalén se llamaba Salem y estaba habitada por los jebuseos.  Esta tribu permaneció en el área por más de mil años, desde el tiempo de Abraham, aproximadamente el año 2000 A.C., hasta la conquista de la ciudad por el rey David, alrededor del año 1000 A.C.  Cuando los jebuseos se establecieron por primera vez en la fértil área de Canaán descubrieron un excelente suministro de agua, el estanque de Siloé, al pie de una colina junto a una montaña.

Los jebuseos edificaron muros defensivos de piedra alrededor de su villa, siguiendo el perfil oblongo de una pequeña cordillera que se extiende al norte de este estanque de agua.  Los valles adyacentes a ambos lados de la montañosa ciudad, hacían que fuera extremadamente difícil un ataque exitoso por parte de fuerzas invasoras.  A través de los años los israelitas edificaron muros cada vez más resistentes para repeler a todos los invasores.

La evidencia arqueológica indica que la parte más baja de la ciudad estaba habitada por los pobres, mientras que la nobleza y los reyes construían sus palacios y edificios de gobierno en los lugares más altos conocida como la parte alta de la ciudad.  Este fue el sitio en donde el rey David edificó su magnífico palacio cuando conquistó finalmente la ciudad.

Salmos 125:1, 2 dice: “Los que confían en Jehová son como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre.  Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella, así Jehová está alrededor de su pueblo desde ahora y para siempre”.  Sin embargo, Jerusalén está asentada en la cima de una cordillera montañosa, entonces, ¿por qué el salmo asegura que está rodeada de montañas?  Sólo podemos comprender esto plenamente, si observamos un mapa topográfico de la antigua ciudad de Jerusalén.

La ciudad de David se encontraba cerca del manantial de Gihón, en las laderas del profundo valle de Cedrón, el cual separa a Jerusalén de su contraparte más elevada en dirección oriental: el monte de los Olivos.  Hacia el oeste, se encuentra lo que hoy se denomina el monte de Sion.  El área que queda al norte era más elevada durante los tiempos bíblicos de lo que es hoy día.  Por tal razón, aunque Jerusalén se encuentra en el tope de una montaña en la cordillera que separa la región lluviosa de la desértica, este punto realmente es más bajo que las cimas más elevadas que la rodean.

Al igual que la mayoría de las poblaciones antiguas de su tiempo, Jerusalén contaba con una fuerte muralla que la rodeaba, y con unas puertas que se cerraban de noche o en el caso de un ataque enemigo.  Debido a que las puertas de la ciudad eran las únicas formas de entrada y salida, se elaboraban con metales fuertes y madera sólida, y se aseguraban con cerrojos o fuertes barras de hierro, bronce o madera para proteger a sus habitantes.

Siendo que la puerta principal era el punto más vulnerable de una ciudad, se diseñaba lo suficientemente amplia para permitir la entrada de carros o carruajes, pero también poseía varios elementos para impedir, hasta donde fuera posible, la invasión de soldados enemigos.

Una ciudad de conflicto

     Aunque esto pueda parecer una contradicción, debido a que Dios escogió a Jerusalén para sí y decidió que fuera la capital de Israel y el lugar céntrico para el pueblo judío, a lo largo del tiempo ha sido grandemente reverenciada o blasfemada por las naciones.  Ha sido y es, el lugar de mayor disputa en el mundo, por el cual más ejércitos han luchado para conquistarlo, a pesar de su pequeño tamaño y su poca importancia económica.

Se estima que se han escrito entre 50.000 a 60.000 libros acerca de Jerusalén, y se han dibujado más de 6.000 mapas de la ciudad en los últimos 700 años.  Ambas cosas por sí solas, testifican que es la ciudad de Dios.  Por otro lado, a pesar de la supuesta importancia otorgada por el mundo árabe musulmán a Jerusalén, ¡no ha sido hallado un sólo mapa árabe de la Ciudad Santa!

Contrario a su nombre como la Ciudad de Paz, Jerusalén ha conocido más asedios y batallas que cualquiera otro sitio del mundo.  De acuerdo con documentos históricos, ¡Jerusalén ha sufrido un total de 37 conquistas!  Ha cambiado de manos 86 veces, incluyendo muchas otras conquistas menores.

Desde el tiempo de Melquisedec y Abraham, Jerusalén fue conquistada por los amorreos, jebuseos, filisteos, babilónicos, asirios, macedónicos, tolomeos, seléucidas, romanos, bizantinos, persas, árabes, cruzados, mongoles, mamelucos, turcos, británicos y jordanos.

Digna de admiración y exaltación

     Ningún otro lugar bíblico ha recibido tanta atención y exaltación como Jerusalén.  La Biblia enumera incontables promesas respecto a su glorioso final y la paz permanente que habrá en ella.  La exhortación eterna de Dios para su pueblo ha sido: “Pedid por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman” (Sal. 122:6).  Jerusalén es eterna, así la denominó el Señor:

•   “Entrarán por las puertas de esta ciudad, en carros y en caballos, los reyes y los príncipes que se sientan sobre el trono de David, ellos y sus príncipes, los varones de Judá y los moradores de Jerusalén; y esta ciudad será habitada para siempre” (Jer. 17:25).
•   “Los que confían en Jehová son como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre” (Sal. 125:1).
•   Dios también tiene una bendición especial para aquellos que nacen en Jerusalén: “Y de Sion se dirá: Éste y aquél han nacido en ella, y el Altísimo mismo la establecerá.  Jehová contará al inscribir a los pueblos: Éste nació allí” (Sal. 87:5, 6).
•   El salmista expresó algo semejante: “De Sion, perfección de hermosura, Dios ha resplandecido” (Sal. 50:2).

Plinio, el historiador romano del primer siglo, se refirió a Jerusalén como «la ciudad más famosa del antiguo Oriente».  Tal como dijo el teólogo escocés George Adam Smith: «Jerusalén ha sentido la presencia del Creador.  Dios le dio la seguridad de su amor como a ninguna otra ciudad en la tierra, y por ella padeció para hacerla digna del destino al cual la llamó».

Los judíos siempre morarán en Jerusalén

     Después que David conquistó a Jerusalén, la ciudad fue habitada mayormente por judíos, hasta el tiempo del cautiverio en Babilonia en el año 586 A.C.  Luego, bajo el liderazgo de Esdras y Nehemías, los judíos regresaron para reconstruir la ciudad y permanecieron allí en mayor o menor número hasta la conquista romana, cuando fueron nuevamente expulsados al exilio entre los años 70 al 135 de nuestra era.  No obstante, un pequeño remanente siempre permaneció en Jerusalén, aunque no constituía la mayoría, sino hasta llegado el siglo XIX.

Fue entonces cuando la población judía recuperó su mayoría en términos religiosos.  Después de ser una población polvorienta al iniciarse el siglo XIX, con sólo 15.000 habitantes, actualmente es el centro de atención mundial.  Hoy en día, más del 70% de los habitantes de Jerusalén son judíos.

Durante los tres mil años pasados de historia judía, las cifras poblacionales atestiguan el hecho de que el número de habitantes en general, menguaba dramáticamente durante el control musulmán, pero aumentaba bajo el control cristiano y judío.  Permítame a continuación citar una lista de fechas y gobiernos bajo cuyo mando se encontraba la tierra y su población total correspondiente:

Antes de Cristo

610  Gobierno judío antes de las conquistas babilónicas.  Población total: 20.000.

Era cristiana

10      Gobierno judío bajo Herodes: 35.000.
65     Gobierno judío a inicios de la conquista romana: 50.000.
638   Gobierno cristiano bajo los bizantinos: 60.000.
1050  Gobierno musulmán de los fatimíes: 20.000.
1180  Gobierno cristiano de los cruzados: 30.000.
1450  Gobierno musulmán mameluco: 10.000.
1690 Gobierno musulmán, período temprano turco-otomano: 10.000.
1800 Mediados del gobierno turco-otomano: 12.000.
1910  Postrimerías del gobierno otomano, con inmigración judía: 75.000.
1946 Postrimerías del mandato británico, gobierno cristiano: 165.000.
1967  Unificación de Jerusalén, gobierno judío: 250.000.
1999 Gobierno judío: 633.700.
2006 Gobierno judío: 6.276.883 (de acuerdo con el World Factbook).

El monte del templo

     Es probable que el antiguo monte del templo de Jerusalén sea el sitio de mayor pugna y discordia en toda la tierra.  Actualmente, aunque se encuentren ubicadas en esos predios tres mezquitas musulmanas, este monte sigue siendo el lugar original de los templos de Salomón y de Herodes, en cuyo Lugar Santísimo moraba la presencia misma de Dios.  La tercera mezquita fue construida recientemente, en el área denominada como los «establos de Salomón», debajo de la plataforma original.  El hecho de encontrarse allí tres mezquitas musulmanas, una de las cuales fue primeramente una Iglesia Bizantina, se debe a la estrecha relación que existe entre este lugar y la presencia del Dios bíblico.  Pero... ¿Habrá algún significado especial por el cual Dios lo escogió para construir su templo?  Por supuesto que sí, ya que Dios siempre tiene propósitos en todo cuanto hace.

Fue determinado por Dios que el rey David uniera bajo un solo reino a todas las tribus de Israel.  Para lograr sus propósitos escogió a la ciudad de Jerusalén como su capital, la cual constituía frontera con las tierras de Benjamín y Judá.  Como estaba céntricamente localizada, esto la convertía en un buen centro administrativo desde donde David gobernaría el reino.  En el segundo libro de Samuel, vemos cómo David abandonó su previa capital en Hebrón y fue guiado por el Señor para conquistar a Jerusalén de mano de los jebuseos: “Entonces marchó el rey con sus hombres a Jerusalén contra los jebuseos que moraban en aquella tierra...  Y David moró en la fortaleza, y le puso por nombre la Ciudad de David; y edificó alrededor desde Milo hacia adentro.  Y David iba adelantando y engrandeciéndose, y Jehová Dios de los ejércitos estaba con él” (2 S. 5:6a, 9, 10).

Más que un centro administrativo, Dios deseaba que Jerusalén fuera el centro espiritual en donde morara su presencia, en un templo construido para él.  Como David era un hombre de guerra y sus manos estaban manchadas de sangre, Jehová designó que su hijo Salomón fuese el constructor del templo, y dio las especificaciones para su diseño.  Sin embargo, aunque Salomón fue quien construyó el templo, David fue quien realmente preparó el lugar.  Leemos en 2 Crónicas 3:1: “Comenzó Salomón a edificar la casa de Jehová en Jerusalén, en el monte Moriah, que había sido mostrado a David su padre, en el lugar que David había preparado en la era de Ornán jebuseo”.

“Melquisedec, rey de Salem”

     El escritor de la carta a los Hebreos habla acerca de “…Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, que salió a recibir a Abraham que volvía de la derrota de los reyes, y le bendijo” (He. 7:1).  Abraham, en compañía de un pequeño ejército de 318 hombres, integrado por criados de su casa, había ido a ayudar a Lot su sobrino, cuando los ejércitos de cinco reyes atacaron a Sodoma y Gomorra.  Ellos se habían llevado todos los bienes de esas poblaciones, asimismo los de Lot y su familia.  Abraham, junto con su grupo derrotó milagrosamente los ejércitos de estos reyes y rescató a Lot.

De acuerdo con el Talmud, el cuerpo de la ley civil y religiosa judía, ya de camino de regreso a su propio campamento y conforme se aproximaba al monte Moriah, Abraham fue recibido por Melquisedec, rey de Salem.  El rey trajo pan y vino y bendijo a Abraham.  En la Biblia se halla registrado que Abraham le respondió entregándole la décima parte de todo lo que les había quitado a esos cinco reyes.  Esta es la primera vez que se menciona el diezmo en la Biblia: “Cuando volvía de la derrota de Quedorlaomer y de los reyes que con él estaban, salió el rey de Sodoma a recibirlo al valle de Save, que es el Valle del Rey.  Entonces Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, sacó pan y vino; y le bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador de los cielos y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó tus enemigos en tu mano.  Y le dio Abram los diezmos de todo” (Gn. 14:17-20).

El relato en la carta a los Hebreos pasa a decir que Melquisedec es un tipo del Señor Jesucristo, el Mesías, “sin padre, sin madre, sin genealogía; que ni tiene principio de días, ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre” (He. 7:3).  El texto bíblico sigue describiendo a “…un sacerdote distinto, no constituido conforme a la ley del mandamiento acerca de la descendencia, sino según el poder de una vida indestructible... Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable; por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.  Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos” (He. 7:15b, 16, 24-26).

El sacrificio de Isaac, una profecía del Mesías

     Varios años después de este primer encuentro cerca de Salem, Abraham tuvo otra ocasión de visitar el monte Moriah.  Dios le habló un día y le dijo: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Gn. 22:2).  Abraham para entonces había aprendido a confiar en Dios y a obedecer sus mandamientos.  Así que a la mañana siguiente se levantó muy temprano, enalbardó su asno, tomó consigo a Isaac su hijo y a dos siervos y partió para el monte Moriah: “Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos” (Gn. 22:4).

Este “tercer día” tiene mucho significado en la Palabra de Dios.  El cuerpo de Jesús yació en la tumba por tres días; Jonás estuvo en el vientre de un pez por tres días; Ester ayunó durante tres días antes de ver al rey y Abraham viajó por tres días antes de detenerse para sacrificar a su único hijo.  Tres días es el tiempo que Dios estableció a menudo para preparación y prueba espiritual.

“El lugar de lejos”, el monte Moriah, fue el sitio específico escogido por Dios para el sacrificio final.  Esta cima de la colina más tarde llegó a ser conocida como Even Sheteyeh, que significa «Fundación de Piedra».  Allí los levitas cuidadosamente colocaron la sagrada arca del pacto en el templo de Salomón.  Era la segunda de las dos cumbres en el monte Moriah, al norte de la ciudad de los jebuseos la cual finalmente llegó a ser conocida como Jerusalén, la ciudad de David.

Dios le dio a Abraham esta extraña orden para probar la obediencia de su siervo.  Le pidió que sacrificara lo más importante en su vida, a su hijo Isaac.  El Señor esperó hasta que Abraham tuvo cien años de edad antes de garantizarle la promesa de un hijo que sería padre de una nación grande y poderosa.  Sin embargo, ahora le pedía a Abraham que sacrificara al hijo prometido.  En este punto de su vida, Isaac era un joven fuerte, capaz de oponerle resistencia a su padre.

Uno de los incidentes más conmovedores de confianza en toda la Biblia es la pregunta que le hiciera Isaac a su padre: “Padre mío... He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” (Gn. 22:7).  Abraham replicó: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío.  E iban juntos” (Gn. 22:8).  La confianza absoluta de Isaac en su padre y en Dios era tan increíble como la confianza que Abraham tenía en el Señor.  ¿Puede usted imaginarse cuáles eran los pensamientos de Abraham durante esos tres días de jornada cuando silenciosamente meditaba en el extraño mandamiento de Dios?

Dos mil años después otro Padre preparó a su Hijo para sacrificarlo en la Fundación de Piedra.  Este Hijo también confiaba en su Padre y obedeció voluntariamente.

Abraham procedió a construir un altar de sacrificio en la Fundación de Piedra, la cual finalmente se convirtió en el piso del Lugar Santísimo.  Isaac permitió que su padre le atara y lo pusiera en el altar sobre la leña.  Pero cuando Abraham extendió su mano con el cuchillo para degollar a su hijo, “entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí.  Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (Gn. 22:11, 12).

Cuando Dios, el Padre del Señor Jesucristo se preparó para ofrecer a su Hijo como sacrificio, no se escuchó ninguna voz desde el cielo para detenerlo.  No hay voz mayor que la de Dios.  Pero cuando Abraham estuvo dispuesto a darle muerte a su hijo en obediencia al Señor, “el ángel de Jehová”, el Señor Jesucristo, el propio Hijo de Dios, le detuvo.  Sabemos esto porque “…llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá.  Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto” (Gn. 22:14).

A unos 91 metros de distancia se encontraba un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos, de acuerdo con los rabinos, es el mismo lugar en donde hoy se encuentra la Cúpula de la Roca.  Abraham fue y tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de su hijo.  La decisión libre tanto de Abraham como de Isaac en sacrificar la simiente de la promesa fue la última prueba de que ellos verdaderamente estaban dispuestos a confiar en que Dios cumpliría la estupenda promesa que le había hecho a Abraham: “Y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos.  En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz” (Gn. 22:16-18).

Esta muestra maravillosa del amor y obediencia de Abraham a Dios, cambió literalmente el curso de la historia humana por la eternidad.  El pueblo de Israel, la simiente de Abraham, se multiplicará hasta lo infinito a través de la eternidad en un universo inmensurable y será bendición para todas las naciones perpetuamente porque Abraham obedeció la voz de Dios en el monte Moriah.

Desde este punto de la historia, el monte Moriah se convirtió en el lugar más sagrado de la tierra.  De hecho, no sería exageración decir que durante los milenios siguientes una gran mayoría de los eventos de significado espiritual registrados en la Biblia ocurrieron o en el monte Moriah o dentro del radio de un kilómetro y medio de distancia.

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