Menu

Escuche Radio América

¿Por qué la enseñanza profética fue abandonada en los siglos II y III?

  • Fecha de publicación: Miércoles, 02 Enero 2013, 04:05 horas

Hoy muchos cristianos dan por sentado que vivimos en un tiempo cuando vendrá Jesús para llevarse a su hogar al remanente de creyentes.  Luego se iniciará un período de juicio conocido como la TRIBULACIÓN.  Habiendo completado ese juicio, el Señor restablecerá el trono de David en Jerusalén. 

Quienes creen así son llamados «premilenialistas dispensacionalistas».  Todo lo que quiere decir esto, es que vivimos en los días antes del Milenio y que la Iglesia será sacada fuera de este mundo antes de que tengan lugar estos eventos.  De hecho, este es el tema del Apocalipsis escrito por Juan.

Sin embargo, en los años después de la muerte del apóstol Juan... y por los diecisiete siglos que siguieron... este punto de vista cayó en desgracia, dejó de ser enseñado.  Durante ese período la política controló la iglesia.  Sus líderes mantenían que era la organización que salvaría al mundo y establecería el reino.

En el primer siglo, el plan profético de Dios simplemente desapareció.  Israel fue dispersado y se pensaba que había quedado perdido para siempre.  La iglesia del estado abandonó las porciones de la Escritura que profetizaban el retorno de los judíos en la edad del Reino.  Pero... ¿Por qué el Señor permitió que ocurriera esto?  Para poder responder, primero tenemos que retroceder en el tiempo para tener una mejor comprensión.  Proponemos hacer esto examinando los eventos claves de la historia de la iglesia.  Es fácil perderse en los detalles, por lo tanto sólo haremos un resumen.  Una cosa es cierta, que la amplia visión del diseño de la soberanía de Dios es verdaderamente impresionante.

Retrocedamos al primer siglo.  Después del ascenso de Cristo al cielo, los apóstoles comenzaron a enseñar que su retorno prometido había sido anticipado en las profecías del Antiguo Testamento y por los propios labios del Señor.  Esos hombres y sus seguidores fueron testigos presenciales de los eventos de la vida, muerte y resurrección de Jesús, y la profecía era una realidad viva para ellos.  A no dudar, el cristianismo en sus orígenes estaba rodeado por una atmósfera de emoción y urgencia.  Los hombres y las mujeres rutinariamente entregaban sus vidas y fortunas por una fe que era más que real para ellos.  Vivían en la expectativa inminente del retorno de Cristo.

Creían que el mundo tal como lo conocían podía acabar durante el curso de sus vidas.  Dadas las exhortaciones de los apóstoles, sus expectativas estaban bien fundadas.  Pablo escribió a los tesalonicenses, alabándolos por su fe y por la constancia con que anticipaban la venida del Señor, mencionando a los macedonios y a los de Acaya como ejemplo de su celo evangelístico: “Porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar nada; porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis, y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Ts. 1:8-10).

Note aquí, que la carta de Pablo, escrita alrededor del año 51 de la era cristiana, dice que los creyentes de Tesalónica esperaban fielmente el retorno de Cristo desde el cielo.  Pero no sólo eso, también se refiere a la “ira venidera”, lo cual es una alusión clara al día del Señor.  En contexto debemos entender que Pablo estaba diciendo que Su retorno era inminente y que el día de la ira llegaría en breve... durante el curso de sus vidas.

Es difícil pensar en la forma cómo ellos lo hicieron, viviendo como vivían, en una generación de señales, profecías y milagros, cuando las palabras de los apóstoles eran todavía consideradas como si provinieran directamente del Señor.  ¡La atmósfera de expectativa debía ser electrizante!  Una y otra vez Pablo le da a los tesalonicenses la seguridad del pronto retorno de Cristo, declarando claramente cuál era el papel de ellos, «esperando de los cielos al Señor».

El gran pasaje de Pablo sobre el rapto también está escrito para que esos a quienes estaba dirigido tuvieran la seguridad que personalmente serían testigos de su venida: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.  Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor.  Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras” (1 Ts. 4:16-18).

Aquí, cuando Pablo escribe estas palabras a mediados del primer siglo, faltaban todavía casi dos décadas para que el segundo templo fuese destruido por los romanos.  El corazón de los judíos anhelaba el retorno de su Mesías.  Era fácil para ellos creer que el Señor vendría para consagrar el templo de Herodes y establecer Su reino.  En su segunda epístola a los tesalonicenses, Pablo aseguró a la iglesia de Tesalónica que EL DÍA DE CRISTO todavía no había llegado, porque algunos estaban enseñando que el período de la tribulación era una realidad presente.

Pablo entonces pasó a explicarles, que si ese día hubiera llegado ya, el Anticristo habría aparecido en el templo autoproclamándose Dios.  Obviamente, tal cosa no había ocurrido todavía, pero sí podía suceder porque aún había un templo.  Al contemplar esta situación es obvio que la profecía era un tema viable en los días de los apóstoles: “Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición, el cual se opone y se levanta contra todo lo que se llama Dios o es objeto de culto; tanto que se sienta en el templo de Dios como Dios, haciéndose pasar por Dios.  ¿No os acordáis que cuando yo estaba todavía con vosotros, os decía esto?” (2 Ts. 2:3-5).

Obviamente Pablo clarificó la secuencia de los eventos que conllevarían a la tribulación.  Les recordó que enfatizaba este mismo punto cuando les enseñaba cara a cara.  No obstante, el efecto de esta carta estimularía a los cristianos para que estuviesen atentos, mirando hacia Jerusalén por señales, ya que este hombre diabólico, tal como hiciera Antíoco Epífanes dos siglos antes, profanaría el Lugar Santísimo del templo.

Seis años después, alrededor del año 57 de la era cristiana, Pablo visitó nuevamente a los tesalonicenses por última vez.  A no dudar, reafirmó muchos de los mensajes que había impartido anteriormente.  Luego regresó a Israel, en donde permaneció por un poco más de dos años.  Después de eso viajó a Roma, llegando allí a comienzo de la década de los sesenta, para su juicio ante la corte del César.  En los diez años que siguieron, la iglesia se extendió en gran manera “...hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8c).

A finales de esa década, la iglesia como un todo experimentó la primera persecución de Roma.  Nerón ascendió al poder en el año 54 de la era cristiana.  En principio trató a los cristianos con alguna deferencia, pero en el 67, un año antes de su muerte, descubrió que servían como excelentes chivos expiatorios para cubrir sus propios fracasos como emperador, particularmente después de que ordenó el incendio de Roma, la que permaneció ardiendo por nueve días.

Culpó a los cristianos por esto y luego emprendió una diabólica persecución en contra de ellos que se propagó a través de todo su imperio.  Asesinó a miles de cristianos, torturándolos brutalmente en formas inimaginables.  Muchos de los cristianos más notables fueron martirizados de la manera más horrorosa.  ¡Cuánto debieron orar ellos por el pronto retorno del Señor!

Al mismo tiempo, la casa Flaviana de Vespasiano y Tito ascendió al poder.  Ellos no perdieron tiempo y saquearon a Jerusalén, a los judíos y a su templo en el año 70.  Imagine el efecto que esto debió tener sobre los cristianos que esperaban el retorno de Cristo.  Pablo había escrito que “el hombre de pecado” se autoproclamaría como Dios en el templo, ¡y ahora no tenían templo!  Sin duda debieron empezar a cuestionar si acaso el Señor regresaría pronto.  Tanto judíos como cristianos se vieron obligados a huir de los romanos.  Miles fueron asesinados, pero esos que escaparon, huyeron a las partes más extremas del imperio romano.
Unos diez años después, en el año 81 de la era cristiana, Tito murió y Domiciano, su joven y vicioso hermano, ascendió al poder.  Fue el más cruel de los tiranos, y se dispuso a borrar hasta el último rastro de la influencia cristiana, incluso a cualquiera que percibía como enemigo.  Su execrable reinado perduró hasta su muerte en el año 96, la cual coincidió muy de cerca con la muerte del apóstol Pablo en el año 98, quien tuvo que sufrir las torturas de Domiciano, pero finalmente escapó de la sentencia de muerte del malvado emperador.  Y todavía Cristo no retornó.

El cristianismo comenzó a expandirse

     Para finales del primer siglo, todos los preciosos rollos del Nuevo Testamento habían sido escritos y ya estaban en circulación.  Los obispos y los ancianos luchaban para mantener unida una iglesia asediada por los paganos en el exterior y por herejes, quienes ocasionalmente ocupaban los púlpitos.  Proféticamente hablando, la iglesia estaba comenzando a desanimarse.  Muchos podían recordar cómo los apóstoles esperaban por el pronto retorno del Señor.  Para entonces los romanos estaban extendiendo su influencia en todas direcciones.

Hacia finales del primer siglo, en su primera epístola a los corintios, Clemente de Roma escribió palabras tanto de corrección como de estímulo para esos que estaban comenzando a perder la esperanza, dijo en el capítulo 23, versículos 2 al 5: «El Padre, que es compasivo en todas las cosas, y dispuesto a hacer bien, tiene compasión de los que le temen, y con bondad y amor concede sus favores a aquellos que se acercan a Él con sencillez de corazón.  Por tanto, no seamos indecisos ni consintamos que nuestra alma se permita actitudes vanas y ociosas respecto a sus dones excelentes y gloriosos.  Que no se nos aplique este pasaje de la escritura que dice: ‘Desventurado el de doble ánimo, que duda en su alma y dice: Estas cosas oímos en los días de nuestros padres también, y ahora hemos llegado a viejos, y ninguna de ellas nos ha acontecido.  Insensatos, comparaos a un árbol; pongamos una vid.  Primero se le caen las hojas, luego sale un brote, luego una hoja, luego una flor, más tarde un racimo agraz, y luego un racimo maduro’.  Como veis, en poco tiempo el fruto del árbol llega a su sazón.  Verdaderamente pronto y súbitamente se realizará su voluntad, de lo cual da testimonio también la escritura, al decir: ‘Su hora está al caer, y no se demorará; y el Señor vendrá súbitamente a su templo; el Santo, a quien vosotros esperáis’».

Clemente murió en el año 102 de la era cristiana.  Cuando concluyó su vida, el imperio romano estaba comenzando a estabilizarse a intervalos irregulares en casi un siglo de quietud relativa.  Pero antes que llegara la paz, hubo otra oleada de persecución.  En el año 107, Ignacio fue martirizado.  En el año 108, el emperador Trajano emprendió su tercera mayor oleada de persecución, asesinando a miles de creyentes.  El único crimen de ellos era rehusarse a adorar al emperador y a otras deidades romanas como a dioses.  Después de esto, los cristianos tuvieron una era de paz.

Pero para los judíos, había una última batalla.  Siguiendo la persecución de Trajano, Adriano gobernó del año 117 hasta el 138, y Antonino Pío del 138 al 161.  Tristemente, durante el reinado de Adriano, la revuelta judía bajo Simeón Bar Kochba destruyó la sociedad judía en Israel.  En el año 135 ellos fueron finalmente expulsados de Medio Oriente y esparcidos en los cuatro puntos cardinales.

Para la iglesia fue una historia diferente.  La vida bajo esos dos emperadores trajo a los acosados fieles 45 años de dichoso crecimiento.  Prosperaron a través de todo el imperio.  Muchos en el gobierno romano se hicieron cristianos.  Sobre este período histórico, el historiador Edward Gibbon escribió: «En el segundo siglo de la era cristiana, el imperio de Roma abarcaba las partes extremas de la tierra, y las porciones más civilizadas de la humanidad.  Las fronteras de esa extensa monarquía estaban guardadas con valor antiguo, reconocido y disciplinado.  La influencia de las leyes, gentil pero poderosa, había cimentado gradualmente la unión de las provincias... la imagen de una constitución libre era preservada con decente reverencia».

Desafortunadamente al final de este período de calma, Marco Aurelio se convirtió en emperador en el año 161 gobernando hasta el 180.  Desató una ola de terrorismo en contra de los cristianos, quienes una vez más fueron sometidos a torturas y a las muertes más horribles.  Fue la cuarta persecución más terrible en contra de los cristianos, tanto Policarpo, obispo de Esmirna, como el mártir Justino fueron asesinados por su fe.  Policarpo fue quemado en la hoguera y Justino decapitado.

Los retrasos de Dios

     Alrededor del año 130 de la era cristiana, Justino había declarado que Dios había retrasado su juicio del fin del mundo, porque era su deseo que los cristianos se multiplicaran para que cubrieran y preservaran la tierra.  La creencia de la inminencia del retorno del Señor, rápidamente se fue desvaneciendo.

En el capítulo 7 de su Segunda Apología, Justino escribe: «Dios postergó la confusión y destrucción del mundo entero, por medio de la cual los ángeles perversos, demonios y hombres dejarán de existir, debido a los cristianos, quienes saben por naturaleza que son la causa de la preservación.  De no haber sido así, no sería posible que pudieran hacer todas esas cosas, y ser impulsados por espíritus diabólicos, pero el fuego del juicio descenderá y disolverá por completo todas las cosas, tal como hiciera el diluvio en el pasado, que no dejó a nadie, sólo a uno con su familia quien es llamado por nosotros Noé, y por ustedes Deucalión, de quien descendió tan vasto número, algunos buenos y otros malvados».

Justino decía que la presencia de los cristianos era la única cosa que impedía que Dios destruyera al mundo entero.  Irineo, quien vivió del año 130 al 202, hizo eco a las palabras de la iglesia primitiva sobre la teoría del día milenial de la creación.  Al hacer esto, puso la venida del Señor en juicio para un futuro distante, a no dudar, mucho más allá de la duración de su propia vida.  En su libro Contra herejías, escrito alrededor del año 190, deja esto bien claro, dice en el libro quinto, capítulo 28: «E impondrá una marca en la frente y en la mano derecha, para que nadie pueda comprar ni vender, a menos que tenga la marca del nombre de la bestia o el número de su nombre; y el número es seiscientos sesenta y seis, es decir, seis veces cien, seis veces diez y seis veces uno.  (Él recapituló esto como el total de la apostasía que había tenido lugar por seiscientos años).  Porque en los mismos días que fue hecho este mundo, en los mismos miles de años concluirá.  Y por esta razón la Escritura dice: ‘Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos.  Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo’ (Gn. 2:1, 2).  Este es un recuento de todas las cosas que fueron creadas, como también es una profecía de lo que habrá de venir.  Porque el día del Señor es como mil años, y en seis días creó y completó todas las cosas; por consiguiente, es evidente que llegarán a su fin a los seis mil años».

Para comienzos del siglo V, con los escritos de Agustín, quien nació en el año 354 y murió en el 430, la venida de Cristo había llegado a ser identificada enteramente con la iglesia.  Él y otros sostenían que la iglesia del estado continuaría su expansión hasta cubrir toda la tierra.  Entonces Cristo vendría y la iglesia sería corregente con Él en la edad del Reino.  Fue así como se olvidaron de la profecía sobre la reunificación de Israel.  Su escatología veía al mundo como un patrón de seis edades:

• Primera edad:    De Adán a Noé
• Segunda edad:  De Noé a Abraham
• Tercera edad:    De Abraham a David
• Cuarta edad:      De David al cautiverio en Babilonia
• Quinta edad:      Del cautiverio en Babilonia al advenimiento de Cristo
• Sexta edad:       Del advenimiento de Cristo a su segunda venida.

     Note que la forma cómo Agustín reconocía las edades concluye con el primero y segundo advenimientos del Señor Jesucristo.  Israel y el trono davídico en la edad del Reino, están excluidos, los cuales según él fueron desechados para siempre.  Esto dejó a la iglesia sola como pueblo de Dios.  Al hacerlo, se declaró a sí mismo como amilenialista, al enseñar que el reinado de Cristo estaba incluido dentro de la administración de la iglesia, la cual vio como una extensión del estado.
Al escribir en su libro El Asunto del Rapto, John F. Walvoord dice en la página 16: «En el amilenialismo Augustino, la edad presente es considerada como el anticipado Milenio; y en vista de que se dice que la tribulación precederá al Milenio, entonces ya debe haber pasado.  A menudo se le identifica con los problemas de Israel, en conexión con la destrucción de Jerusalén ocurrida en el año 70 de la era cristiana».

Para el siglo V, Agustín, el santo más reverenciado por la Iglesia Católica en su más alto rango como doctor en teología, había expresado su pensamiento amilenialista.  Esencialmente acabó con la expectativa de los apóstoles del retorno inminente de Cristo.  Por los mil cuatrocientos años siguientes, su escatología continuó sin ser cuestionada.

A través de la Reforma

     En los siglos XIV y XV, John Huss, John Wycliffe, William Tyndale y otros iniciaron su búsqueda por llevar la Biblia a las personas comunes y corrientes.  Enfrentaron una oposición terrible, incluso hasta la muerte.  Para el siglo XVI, Martín Lutero, Juan Calvino y Huldrych Zwingi emprendieron una serie de protestas públicas contra la prolongada corrupción en la Iglesia Católica, originando así la palabra «protestante».

De hecho, la Reforma había comenzado mucho antes de que Lutero clavara sus 95 Tesis sobre la puerta de la iglesia de Wittenburg, el 31 de octubre de 1517.  No obstante, la fecha de su revolucionario desafío es recordada como el comienzo oficial de la Reforma.

Su acción estaba destinada a ponerle fin a muchas prácticas corruptas de la iglesia de Roma.  La práctica de las “indulgencias” estaba designada a quitar el dinero por la fuerza a sus desventurados siervos dominados por las autoridades de la iglesia.  El perdón de los pecados era garantizado en base al dinero recibido.  Se hacían y se vendían reliquias falsificadas.  Era posible comprar la absolución a la iglesia.  El purgatorio, un lugar de castigo temporal después de la muerte, supuestamente podía evitarse si los familiares vivos pagaban a la iglesia para que le pusiera fin a los sufrimientos de las almas de sus seres queridos.  Como resultado de tales prácticas, el ingreso de la iglesia, claro está, fue enorme.

Conforme comenzaba el movimiento y los reformadores ganaban impulso, se originaron varias denominaciones.  Las iglesias de Alemania, Francia, Suiza, Escocia e Inglaterra, eran apoyadas por varias familias reales de Europa.  En general, estaban unidas en la restauración de la doctrina de la salvación sólo por fe.  En la iglesia reformada se enseñaba que cada persona podía adoptar sus propias decisiones espirituales.  Una vez más, y tal como enseñaron los apóstoles, las personas salvas comenzaron a ser vistas como creyente sacerdote, capaz de acercarse a Dios gracias a su salvación personal.

Conforme fueron estableciéndose las iglesias reformadas en Europa, prevalecieron las doctrinas apostólicas de la salvación.  No obstante, pese a todo lo que se dijo y se hizo, las doctrinas escatológicas permanecieron sin cambiar.  En esta área clave, fue el pensamiento de Agustín y de sus sucesores lo que controló las ideas del Reino.  La teología del reemplazo (idea de que Israel había sido desechado para siempre después de la diáspora), ésta permaneció como norma.

La bendición de la pierna rota

     Conforme las iglesias-estado de Europa se fueron estabilizando a lo largo de los tres siglos siguientes, llegaron a una posición que les permitiría emerger en unas formas nuevas y excitantes.  Para el siglo XIX, los anabaptistas reformados de Europa, los luteranos y la iglesia de Inglaterra se fragmentaron en denominaciones que se contaban por docenas.  Para los años 1800, Europa y Estados Unidos quedaron equilibrados por un gran despertar espiritual que tuvo repercusiones internacionales.

Un evento en particular creó una revolución que resuena hasta el día presente.  Se encuentra documentada en el libro John Nelson Darby - Una biografía, escrito por Marx S. Weremchuk.  Darby nació en Londres en 1800.  Más tarde vivió en Irlanda, y viajó a través de Europa.  Murió en 1882.  Era hijo de un terrateniente y recibió una educación clásica en idiomas y filosofía.

Cuando joven y a comienzos de su edad madura, no era creyente, pero era un estudiante dotado.  En el Trinity College, recibió la medalla de oro como erudito en los clásicos y matemática.  Después de graduarse decidió convertirse en abogado y en 1882 fue llamado por la asociación de abogados para que se integrara a ella.  Rápidamente ganó reputación como un intelectual penetrante, con talento para traer orden al caos legal que entonces caracterizaba el sistema legal en las islas Británicas.

Aproximadamente en la misma época se convirtió en cristiano.  Poco tiempo después, en 1825, fue ordenado como miembro del clero anglicano.  El domingo 19 de febrero de 1826, fue ordenado como sacerdote en la Catedral de la Iglesia de Cristo, en Dublin, Irlanda.  Muchos de sus contemporáneos creían que tenía los dones intelectuales y espirituales que lo llevarían hasta los rangos más altos en el liderazgo de la iglesia.

Desde el principio comenzó a tener dudas acerca de la estrecha alianza entre la iglesia y el estado.  Tal como escribe el señor Weremchuk en la página 46 de su libro, «Darby consideraba a Cristo, no al rey, como la verdadera cabeza de la iglesia.  Este cargo simplemente sustituyó al rey por el Papa».  Él también comenzó a reflexionar hasta qué grado debían sufrir los cristianos por su testimonio fiel, tal como hizo Cristo.  Vio esto como un resultado lógico de la fe verdadera, no como las galas, la prosperidad y el ornato de los obispos.  En estos primeros años, se convirtió en un revolucionario apasionado, sin embargo permaneció en su puesto en la iglesia.

Luego, ya próximo a cumplir los 30 años, sufrió un trauma que cambió su vida: «Cayó aparatosamente desde su caballo, que lo lanzó violentamente contra el umbral de una puerta.  Sufrió lesiones severas y tuvo que ser enviado a Dublin por tratamiento médico.  El tiempo de su recuperación, que fue más de tres meses, los pasó en casa de su cuñado en la calle 20 Fitzwilliam.  Fue allí donde encontró descanso en la seguridad de la obra consumada de Cristo».
Con una rodilla seriamente lastimada, aparentemente una pierna rota y otras heridas, se vio forzado a permanecer en cama por un extenso período.  Allí leyó la Biblia, no como un clérigo, sino como un hombre buscando incrementar su relación personal con el Señor Jesucristo y encontró lo que estaba buscando.  Esta es una historia interesante.

Un descubrimiento dispensacional

     Pero lo más significativo es el hecho que aprendió a leer la Biblia como la expresión total del plan profético redentor de Dios.  Como un convaleciente, se encontró a sí mismo considerando la Biblia como un todo.  Al hacerlo descubrió un patrón consistente que comenzaba en el Antiguo Testamento y concluía en el Nuevo.  Renunció a la iglesia de Inglaterra e inició un período de estudio independiente. Dice en las páginas 77 y 78 del mismo libro, que en 1840 cuando Darby dio

una conferencia en Ginebra, Suiza, titulada «El progreso del mal en la Tierra». dijo: «Lo que estamos próximos a considerar, tenderá a mostrar que es ilusorio permitirnos esperar por un progreso continuo del mal; confiando en que el planeta se verá colmado con el conocimiento del Señor antes de que Él ejecute y lleve a su consumación su juicio sobre la tierra.  Debemos esperar que el mal llegue a ser tan flagrante, que Dios se verá en la necesidad de juzgarlo... Temo que muchos que albergan ese sentimiento, tan estimado por los hijos de Dios, se han sentido impactados, me refiero a que albergaban la esperanza de que el evangelio se propagaría por sí mismo sobre toda la tierra, durante la dispensación actual».

También vio la iglesia como una institución fracasada, y sigue diciendo en las páginas 78 y 79: «En cuanto a la ruina de la iglesia, la teoría me llegó después de conocerla, e incluso ahora, la teoría es sólo una cosa pequeña en mi mente; es la carga que soporto.  Unos años después de la conversión de mi alma miré a mi alrededor para encontrar en dónde estaba la iglesia, pero no podía encontrarla.  Pude hallar bastante santos mejores que yo, pero no a la iglesia cuando era establecida con poder en la tierra.  Entonces dije, tal como está se encuentra en ruinas, no puedo encontrar una palabra mejor para ella».
Weremchuk luego escribe lo siguiente en la página 79: «Darby puede ser llamado muy correctamente el padre del dispensacionalismo moderno, porque sus puntos de vista de las dispensaciones eran completamente diferentes a los expresados previamente, dijo: ‘Dios siempre ha comenzado por poner a sus criaturas en una buena posición, pero por infidelidad la criatura invariablemente ha abandonado la posición en la cual ha sido colocada por Dios.  Después de una larga tolerancia, Dios nunca restablece a nadie a la posición de la cual había caído.  No es parte de su forma restaurar algo que estaba estropeado; Él lo remueve y lo transforma en algo enteramente nuevo, y mucho mejor que lo que era antes».

Aquí podemos ver que Darby llegó a ver la historia como si Dios actuara recíprocamente con el hombre en una serie de formas diferentes.  Vio el plan de Dios como dividido en distintos períodos, durante cada uno de los cuales probó al hombre en forma particular.  También vio que cada período concluyó en cierta especie de fracaso.  Sin embargo, la penetración de Darby, nunca se extendió hasta el plan moderno dispensacional.  Es decir, que nunca captó la visión de las siete dispensaciones descritas comúnmente por los dispensacionalistas de hoy.

La reunificación de Israel

     No obstante, su exposición de la Escritura fue verdaderamente revolucionaria, en lo que se refiere a la percepción de la nación de Israel.  Antes del siglo XIX, no se hablaba que Israel retornaría a su territorio antiguo.  Mientras se recuperaba de la caída del caballo, la profecía parecía saltar por encima de las páginas de la Biblia.  De este período él escribió, tal como dice en la página 120: «El capítulo 32 de Isaías fue el que me enseñó de una nueva dispensación.  Vi que habría un reinado de David, y no sabía si la iglesia sería removida antes de 40 años... El capítulo 32 de Isaías me llevó a las consecuencias terrenales de esa misma verdad, aunque otros pasajes puedan parecerme ahora más impactantes; pero vi un cambio evidente de dispensación en ese capítulo, cuando el Espíritu se derramará sobre la nación judía, y un rey reinará en justicia».

La recapitulación de Weremchuk de este asunto es verdaderamente fascinante y sigue diciendo en la página 121: «Darby creía que poco después de la muerte de los apóstoles, los creyentes comenzaron a tomar erróneamente las profecías y promesas del Antiguo Testamento y aplicárselas a sí mismos.  Vieron correctamente que Dios había puesto a un lado a su pueblo terrenal, y que ellos, la compañía de cristianos (el nuevo hombre en Cristo de que habla Efesios 2:15, tomado en medio de judíos y gentiles) eran ‘ahora el pueblo de Dios’, pero Darby concluyó que habían cometido el error de pensar que Israel ya no tendría un futuro».

Los hermanos

     Los eventos alrededor del año 1830 marcan un cambio distinto en el curso del cristianismo.  Para 1831, los amigos de Darby comenzaron a ser influenciados por sus poderosas nuevas ideas.  Francis Newton y George Wigran lo animaron para que comenzara a enseñar su nueva doctrina dispensacional.  En diciembre de 1831, Wigram compró una pequeña capilla en Plymouth, Inglaterra.  Allí, algunos de los «hermanos», como ellos se llamaban a sí mismos, comenzaron a reunirse.  La enseñanza de Darby fue aceptada en forma dramática por un número de creyentes.  Pronto, una congregación estimada en unas 700 personas comenzó a congregarse allí.

La pequeña iglesia no tenía nombre.  De hecho, Darby expresó su deseo de que no deseaba que se convirtieran en una denominación, en el sentido convencional, sino simplemente en un grupo de estudiantes de la Biblia.  Sin embargo, los curiosos reporteros de los periódicos entre ellos, creían que debían recibir un nombre de alguna clase.  Por consiguiente, como se congregaban regularmente en la ciudad de Plymouth, y se llamaban a sí mismos «los hermanos», pronto llegaron a ser conocidos como «La Hermandad de Plymouth».  Darby fue arrastrado junto con una ola de entusiasmo, y toda Europa fue influenciada por sus traducciones de la Biblia, sus folletos y su punto de vista dispensacional de la profecía.

A lo largo del camino, Los Hermanos publicaron himnarios y Wigran publicó la famosa Concordancia inglesa en hebreo y griego de la Biblia.  Se inició un movimiento y las personas comenzaron a referirse a él, como «El movimiento para el estudio de la Biblia», el cual no fue patrocinado como tal por ninguna institución humana, pero surgió en conjunción con el movimiento misionero que se extendió a través del globo durante el mismo período.
A su muerte en 1882, Darby había sido testigo de un período durante el cual tuvieron lugar los cambios más emocionantes desde la venida de Jesús en el primer siglo.

Cyrus I. Scofield

     Cyrus Ingerson Scofield, editor de la famosa Biblia Anotada por Scofield, se convirtió en un importante contribuyente a este movimiento.  Nació en Estados Unidos en 1843, pero su vida sobrepasó a la de Darby, sin embargo los dos nunca trabajaron juntos, ya que Scofield conoció a Cristo en 1879.  Pese a todo, fue influenciado en gran manera por la doctrina de la Hermanad de Plymouth.

Después de convertirse en abogado y político, Scofield sufrió grandes problemas personales que lo llevaron a Dios.  Trabajó con la organización evangélica de Dwight L. Moody.  Luego en 1883, fue ordenado ministro y director de la Sociedad Misionera Americana de Texas y Louisiana.  Su pequeño folleto Dividiendo correctamente la Palabra de Verdad, publicado en 1888, estableció el tema de su vida ministerial como un líder en el campo del premileniasmo dispensacional.
Las notas en su popular Biblia Anotada por Scofield puso la teología dispensacionalista en manos de millones de creyentes.  Él vivió lo suficiente para ver el movimiento de los judíos de regreso a Israel, la Declaración Balfour y la I Guerra Mundial, antes de su muerte en 1921.

De regreso a Israel

     Retrospectivamente es asombroso pensar en la confluencia de acontecimientos dramáticos en el cristianismo del siglo XIX.  La profecía en el Nuevo Testamento y la dispensación de la iglesia fueron redescubiertas después de 1.700 años de permanecer en el olvido.  En Europa oriental los judíos intelectuales comenzaron a retornar a la Tierra Santa en una serie de inmigraciones sucesivas que convirtieron el desierto y el pantano en territorio cultivable.

La primera oleada de inmigrantes tuvo lugar en 1882, el mismo año en que el señor Darby partió para recibir su recompensa eterna.  Él vio anticipadamente el retorno de los judíos a su territorio, y tan pronto como comenzó, partió al hogar eterno a morar con el Señor.  A no dudar, esto no fue coincidencia.  Unos pocos años después, en 1897, se reunió en Basilea, Suiza, el primer Congreso Sionista.

Aquí, una vez más, puede verse con claridad el patrón de destino de Dios.  Este congreso fue el resultado de una reunión “casual” entre dos hombres importantes.  En 1880, el reverendo William Heschler, un ministro episcopal que había estudiado con la Hermandad de Plymouth, llegó para abogar por el establecimiento de un estado judío.  Debido a su controvertida posición a favor de los judíos, la iglesia de Inglaterra lo envió a Europa.  Mientras se encontraba allí, conoció a Theodor Herzl.  Juntos, estos dos hombres combinaron sus energías en el establecimiento de la Organización Mundial Sionista.

Dos décadas después de la primera reunión Sionista, se alcanzó un punto importante en la historia.  El 3 de noviembre de 1917 se le otorgó la Declaración Balfour a Chaim Weizmann como agradecimiento por ayudar al ejército británico.  En la I Guerra Mundial, este científico judío le dio a Inglaterra una nueva forma para manufacturar pólvora de algodón para restaurar su escaso suministro de municiones.

Poco después de esto, durante los primeros días del Mandato Británico en Israel, se supo que los británicos estaban abusando fraudulentamente de los términos sobre los cuales Israel supuestamente tenía acceso a la Tierra Santa.  De hecho estaban creando deliberadamente crisis tras crisis, para sus propios fines políticos y financieros.

Fue entonces cuando apareció el coronel Ord Wingate, quien servía en Israel para los británicos y fue testigo personal de todos los actos equivocados que se estaban cometiendo en contra de los judíos.  Disgustado se dedicó él mismo a entrenar, organizar y ayudar a equipar al ejército de liberación de Israel.  Tan convencido estaba del derecho que tenían los judíos a su territorio, que fue en contra de su propia estructura de comando para ayudar a los judíos.
¡Es increíble descubrir que Wingate había recibido su instrucción de la Biblia por medio de la Hermandad de Plymouth!

No hay coincidencias

     A menudo se dice que en las cosas del Señor no hay coincidencias.  Por medio de su divina soberanía, Él estructuró la historia que iba a desarrollarse.  Para nosotros la escena mundial parece caótica, incluso equívoca.  Para ponerlo en el lenguaje vernáculo de las películas viejas, es como... «Si los malos estuvieran ganando».  Pero esto no es verdad.  Dios simplemente permite que el hombre haga uso de sus medios y engaños por los cuales será juzgado.  Usando otra de esas expresiones antiguas es como «si les estuviera dando suficiente soga para que se ahorquen ellos mismos».

Pero la otra cara de la moneda, son los millones que han sufrido y muerto por su fe en Él.  Comenzó con el propio Señor Jesucristo, quien sufrió y murió por nosotros.  Continuó en la vida de los apóstoles, quienes fueron enviados al exilio, torturados y asesinados.  Esto fue lo que dijo el apóstol Pablo respecto a lo que era caminar con Cristo: “¿Son ministros de Cristo? (Como si estuviera loco hablo.)  Yo más; en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces.  De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno.  Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez; y además de otras cosas, lo que sobre mí se agolpa cada día, la preocupación por todas las iglesias.  ¿Quién enferma, y yo no enfermo?  ¿A quién se le hace tropezar, y yo no me indigno?  Si es necesario gloriarse, me gloriaré en lo que es de mi debilidad” (2 Co. 11:23-30).

En medio de todo esto, Pablo enseñó el retorno inminente de Cristo, también enseñó la caída y auge de Israel: “Digo, pues: ¿Han tropezado los de Israel para que cayesen?  En ninguna manera; pero por su transgresión vino la salvación a los gentiles, para provocarles a celos.  Y si su transgresión es la riqueza del mundo, y su defección la riqueza de los gentiles, ¿cuánto más su plena restauración?  Porque a vosotros hablo, gentiles.  Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles, honro mi ministerio, por si en alguna manera pueda provocar a celos a los de mi sangre, y hacer salvos a algunos de ellos.  Porque si su exclusión es la reconciliación del mundo, ¿qué será su admisión, sino vida de entre los muertos?” (Ro. 11:11-15).

Los judíos están de regreso en su territorio, y unos pocos cristianos han demostrado ser fieles y amigables en su apoyo a esos, que de acuerdo con la profecía, se convertirán en cabeza de las naciones.  Sólo el Señor sabía que por 18 siglos languidecerían esparcidos en los cuatro puntos cardinales.  Pero incluso allí, demostraron ser un pueblo único y dotado, porque durante esos años ellos estaban siendo probados.

Los gentiles también están siendo probados como un pequeño remanente de los fieles que han sido llamados como un “...pueblo para su nombre” (Hch. 15:14c).  La prueba continúa, y a no dudar, aumentará, tal como profetizó Pablo.

¡Qué gran privilegio vivir en un día, cuando nosotros como los apóstoles, estamos esperando su retorno inminente!  El Señor todavía se deleita en probar a sus amados, permitiendo que desarrollen su fe plenamente.  Pero a diferencia de los creyentes del primer siglo, tenemos la perspectiva de tiempo y el conocimiento de que el Señor está cerca, a las puertas.

Ahora, sabemos que es por su amor, que ha extendido y continúa alargando la dispensación de la gracia.  Con Él no hay demoras, sino más bien, prolonga su invitación para que muchos más reciban su regalo de vida eterna.

  ¡Su venida es inminente!

volver arriba