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Uno de los enemigos más encarnizados de Israel

  • Fecha de publicación: Miércoles, 09 Abril 2014, 02:34 horas

El diccionario de la Enciclopedia Encarta define la guerra como una «Desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias.  Lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación».  Todos los 192 países miembros de la Organización de las Naciones Unidas han tenido conflictos armados en algún momento u otro de su existencia.  La ONU también estima que en este momento cerca de 67 naciones están actualmente en guerra, próximas a la guerra, u operando bajo conflictos, bandolerismo y pillaje.  Sin embargo, de todas ellas, ninguna parece atraer tanto la atención mundial como Israel.

 A pesar de ser una nación diminuta, Israel ha atraído la atención del mundo entero a lo largo de las edades.  Cuenta con pocos recursos naturales, no obstante, su ciudad capital ha sido conquistada más de 27 veces en la historia.  Por milenios, la nación se ha encontrado en estado de conflicto armado debido a ejércitos que la ocuparon o por extranjeros que la controlaron a distancia.  Desde Babilonia, el antiguo Egipto, el Imperio Romano, Persia y el Imperio Turco Otomano, Israel nunca ha carecido de enemigos.
Mientras que para los judíos que han vivido en la diáspora, en la dispersión, fuera del territorio de Israel, la situación ha sido también muy sombría.  Actualmente, el antisemitismo se encuentra a un nivel elevado en todas partes del mundo, e Israel enfrenta amenazas desde todas partes.  Pero, retrocedamos y hagamos...

...Un breve repaso de la historia

     En el año 1003 a.C., el rey David convirtió a Jerusalén en la capital de su reino, así como en el centro religioso de los judíos.  Unos 40 años más tarde, su hijo Salomón construyó el templo - el centro nacional y religioso del pueblo de Israel, y transformó la ciudad en la próspera capital de un imperio que se extendía desde el Éufrates hasta Egipto.

Nabucodonosor rey de Babilonia conquistó Jerusalén en el año 587 a.C., destruyó el templo, y exilió al pueblo.  Cincuenta años más tarde, cuando Babilonia fue conquistada por los persas, el rey Ciro le autorizó a los judíos el retorno a su patria y les otorgó autonomía.  Ellos edificaron un segundo templo en el mismo lugar del primero y reconstruyeron la ciudad y sus muros.

Alejandro Magno conquistó Jerusalén en el año 332 a.C., y después de su muerte la gobernaron los tolomeos de Egipto, y posteriormente los seléucidas de Siria.  La helenización de la ciudad alcanzó su clímax bajo el régimen seléucida de Antíoco IV, quien profanó el templo e intentó suprimir la identidad religiosa judía, terminando por provocar una rebelión.

Dirigidos por Judas Macabeo, los judíos derrotaron a los seléucidas, purificaron el templo y volvieron a consagrarlo en el año 164 a.C., restableciendo su independencia bajo la dinastía hasmonea, que duró por más de cien años, hasta que el emperador Pompeyo impuso el dominio romano sobre Jerusalén.  El rey Herodes el Idumeo, que fuera asignado por los romanos como soberano de Judea desde al año 37 a.C., hasta el 4 de nuestra era, estableció instituciones culturales en Jerusalén, construyó dieciséis edificios públicos magníficos y reconstruyó el templo.

La rebelión judía contra Roma estalló en el año 66 de nuestra era.  Ya que después de la muerte de Herodes el dominio romano se tornó demasiado opresivo.  Por unos pocos años, Jerusalén estuvo libre de dominio extranjero, hasta que en el año 70, legiones romanas comandadas por el general Tito, conquistaron la ciudad y destruyeron el templo.

Entre los años 132 al 135, la independencia fue brevemente reinstaurada durante la rebelión de Bar Kochba, pero una vez más vencieron los romanos.  Se les prohibió a los judíos la entrada a la ciudad, que fue redenominada Aelia Capitolina, y reconstruida de acuerdo a los patrones de una metrópoli romana.

Imperio Bizantino desde el año 313 hasta el 636

     Durante el próximo siglo y medio, Jerusalén se convirtió en una pequeña ciudad provincial.  Esto cambió radicalmente hacia fines del siglo IV, después de la «adopción del cristianismo» por el emperador Constantino y de la fundación del imperio Bizantino, cuando el territorio de Israel pasó a ser un país predominantemente “cristiano”.  Se construyeron iglesias en los lugares santos en Jerusalén, Belén y Galilea, y se establecieron monasterios en muchos sitios del país.  Los judíos fueron desposeídos de su relativa autonomía, así como del derecho a ejercer cargos públicos, y se les prohibió la entrada a Jerusalén salvo un día al año durante la celebración de Tishá BeAv para lamentarse por la destrucción del templo.
La invasión persa del año 614 fue apoyada por los judíos, que estaban inspirados por esperanzas mesiánicas de liberación.  En agradecimiento por su ayuda, se les otorgó la administración de Jerusalén.  Sin embargo este interludio sólo duró unos tres años.  Después, el ejército bizantino volvió a entrar en la ciudad en el año 629 y nuevamente expulsó a su población judía.

Dominio Árabe, desde el año 636 hasta 1099

     En el año 634 los ejércitos musulmanes invadieron el país, y cuatro años más tarde el califa Omar conquistó Jerusalén.  La conquista árabe del territorio de Israel ocurrió cuatro años después de la muerte de Mahoma y duró más de cuatro siglos, desde el año 636 hasta 1099, con califas que gobernaron al principio desde Damasco y más tarde desde Bagdad y Egipto.  Al comienzo del califato se le permitió a los judíos establecerse en Jerusalén como no musulmanes protegidos, quienes a cambio de tributos y un impuesto especial sobre las tierras, recibían protección para sus vidas, para su propiedad y libertad de culto.

Sin embargo, estipulaciones posteriores contra los no musulmanes restringieron la actuación pública de los judíos, así como sus observancias religiosas y situación legal.  La imposición de pesados impuestos a las tierras agrícolas obligó a muchos a trasladarse de las zonas rurales a las ciudades, donde su condición apenas mejoró, mientras que el aumento de la discriminación social y económica obligó a otros a abandonar el país.  A fines del siglo XI la comunidad judía en la tierra de Israel había disminuido considerablemente y había perdido algo de su cohesión organizada y religiosa.

Sólo durante el reinado de Abd al-Malik, quien construyó la Cúpula de la Roca, Jerusalén pasó a ser, por un corto período, la sede de un califa.  El dominio de más de un siglo de la dinastía Omeya de Damasco fue sucedido en el año 750 por los abasidas de Bagdad y con ellos comenzó la decadencia de Jerusalén.

Los Cruzados desde el año 1099 hasta el 1291

     Los cruzados respondiendo a un llamado del papa Urbano II, vinieron desde Europa a recuperar la Tierra Santa de manos de los infieles.  En julio de 1099, después de un asedio de cinco semanas, los caballeros de la Primera Cruzada y la hueste plebeya que los seguía, capturaron Jerusalén masacrando a la mayoría de los habitantes no cristianos de la ciudad.  Atrincherados en sus sinagogas, los judíos defendieron su barrio, sin otro resultado que ser quemados vivos o vendidos como esclavos.

Durante las siguientes décadas, los cruzados extendieron su dominio sobre el resto del país, en parte por medio de tratados y acuerdos, pero en la mayoría de los casos por sangrientas conquistas militares.  Durante los siguientes 200 años, el país fue dominado por ellos.  Su reino constituyó una minoría conquistadora confinada principalmente a ciudades y castillos fortificados.

Una vez que los cruzados abrieron las rutas de transporte desde Europa, la peregrinación a la Tierra Santa pasó a ser popular y grandes cantidades de judíos regresaron a su patria.  Documentos de ese período indican que 300 rabinos de Francia e Inglaterra llegaron en un solo grupo, estableciéndose algunos en Acre y otros en Jerusalén.

Después de la derrota de los cruzados por un ejército musulmán dirigido por Saladino en el año 1187, los judíos recibieron nuevamente una cierta medida de libertad, incluyendo el derecho a establecerse en Jerusalén.  Aunque los cruzados eventualmente recobraron el control sobre la mayor parte del país después de la muerte de Saladino en el año 1193, su presencia se limitó a una red de castillos fortificados.  El dominio de ellos sobre el territorio concluyó después de una derrota final a manos de los mamelucos, una casta militar musulmana que había llegado al poder en Egipto.

Dominio Mameluco, desde el año 1291 hasta el 1516

     Los mamelucos, una aristocracia militar feudal de Egipto, dominaron a Jerusalén desde el año 1291.  Construyeron numerosos edificios, pero la trataron solamente como un centro teológico musulmán, arruinando su economía por medio de pesados impuestos.

Bajo este régimen, el territorio pasó a ser una provincia retrasada gobernada desde Damasco.  Acre, Jaffa y otros puertos fueron destruidos por temor a la venida de nuevas cruzadas y se interrumpió el comercio internacional.  Hacia fines de la edad media, los centros urbanos del país se encontraban virtualmente en ruinas, la mayor parte de Jerusalén estaba abandonada y la pequeña comunidad judía agobiada por la pobreza.

El período de la decadencia mameluca se vio ensombrecido por trastornos políticos y económicos, plagas, invasiones de langostas y devastadores terremotos.

Dominio Otomano, desde 1517 hasta 1917

     Después de la conquista otomana en 1517 por los turcos, el territorio fue dividido en cuatro distritos, anexado administrativamente a la provincia de Damasco y gobernado desde Estambul.  Al comienzo de la era otomana, aproximadamente mil familias judías vivían en el país, en su mayoría en Jerusalén, Nablus, Hebrón, Gaza, Safed y las aldeas de Galilea.  La comunidad estaba integrada por descendientes de los judíos que nunca abandonaron el territorio, así como por inmigrantes de Noráfrica y Europa.  Un gobierno ordenado, hasta la muerte del sultán Suleimán el Magnífico en 1566, trajo mejoras y estimuló la inmigración judía.  Algunos recién llegados se instalaron en Jerusalén, pero la mayoría se dirigió a Safed donde, a mediados del siglo XVI, la población judía había crecido alrededor de diez mil personas y la ciudad se había convertido en un floreciente centro textil, así como en foco de una intensa actividad intelectual.

Durante este período, floreció el estudio del misticismo judío de la Cábala.  Debido a la decadencia gradual en la calidad del régimen turco, el país fue cayendo en un estado de gran negligencia.  Hacia fines del siglo XVIII gran parte de la tierra había sido adquirida por terratenientes absentistas y alquilada a campesinos empobrecidos.  La recaudación de impuestos era tanto defectuosa como caprichosa.  Los grandes bosques de Galilea y del monte Carmelo quedaron desnudos de árboles y los pantanos y desiertos se extendieron sobre la tierra agrícola.

Jerusalén comenzó a florecer nuevamente en la segunda mitad del siglo XIX.  El creciente número de judíos que retornaba a su tierra, la decadencia del poder otomano y el revitalizado interés europeo en la Tierra Santa llevaron a un renovado desarrollo.

El ejército británico comandado por el general Edmundo Allenby conquistó a Jerusalén en 1917.  Entre 1922 a 1948 Jerusalén fue la sede administrativa de las autoridades británicas en la Tierra de Israel, que le fue confiada a Gran Bretaña por la Liga de las Naciones como consecuencia del desmantelamiento del imperio otomano después de la Primera Guerra Mundial.  La ciudad se desarrolló rápidamente, creciendo hacia el oeste, en lo que pasó a ser conocido como «la Ciudad Nueva».

Después del término del Mandato Británico, y de acuerdo a la resolución de las Naciones Unidas, del 29 de noviembre de 1947, el 14 de mayo de 1948 Israel proclamó su independencia, con Jerusalén como su capital.  Opuestos a su establecimiento, los países árabes iniciaron un ataque total al nuevo estado, provocando así la Guerra de Independencia de 1948 a 1949.

El comienzo de la reconstrucción de la nación de Israel fue literalmente explosivo.  Después de sólo doce horas de existencia nacional, todo el mundo árabe le declaró la guerra a la recién nacida nación judía.  La intención de esa declaración fue unificar a toda la región en contra de Israel, el que contaba con una mínima cantidad de armas.  A pesar de que esta nación infante, sólo tenía una cantidad ínfima de armas y miraba directo a los innumerables cañones árabes, pronto escribiría una moderna versión de la milagrosa batalla de David contra Goliat.

Ésta fue la más sangrienta de las guerras para Israel.  Costó la vida de seis mil trescientos setenta y tres combatientes, esto desde los días previos a la creación del estado, hasta el 20 de julio de 1949.  Sin embargo, vale la pena hacer notar que esta cifra de muertos incluye también una buena cantidad de inmigrantes y algunos voluntarios del extranjero.

John Westwood dice así en su libro sobre las guerras del Medio Oriente: «Pero ellos planeaban atacar desde varias direcciones a las pequeñas fuerzas judías, que no sólo estaban faltas de armas, sino que carecían de ellas».  Él describe las condiciones del Palmach, del grupo que consistía sólo de tres mil soldados de ambos sexos.  Poseían menos de mil rifles, quizás igual número de ametralladoras, y municiones para sólo varios días.  No poseían unidades blindadas, y contaban con once pequeños aviones civiles de uno o de dos asientos, y únicamente como veinte pilotos para volarlos.

Lo más destacado de esta guerra fue lo que ocurrió el día séptimo de la refundación del estado de Israel, cuando Líbano, Siria, Jordania, Iraq y Egipto, dijeron: «Si permitimos la existencia de Israel, se convertirá en una espina en el costado.  La historia demuestra todos los problemas que han causado.  Vamos a empujar a los judíos hacia el mar, vamos a hacer literalmente que se ahoguen en el Mediterráneo».

Fue así como el séptimo día los árabes comenzaron a agrupar sus tanques, sus ejércitos y todo el armamento posible, listos para hacer retroceder a los judíos hasta el mar.  En la noche, entre el séptimo y el octavo día, Israel al tanto de los planes de los árabes, instituyó lo que llamó «Plan Gedeón».  Si acaso usted no sabe qué fue lo que hizo Gedeón, le aconsejo que lea el capítulo 7 del libro de Jueces.
Ese séptimo día, los judíos tomaron todos los vehículos que poseían: buses, taxis, camiones, camionetas y automóviles privados.  Tratando de no hacer ningún ruido los condujeron hasta la cercanía del campamento de los árabes, en los montes de Israel, allí les quitaron los tubos de escape, y le aceleraron la revolución de los motores, les ataron cadenas, latas y cuando tuvieron todo listo, encendieron las luces de los vehículos, sonaron los pitos, y comenzaron a hacer un ruido tan descomunal con los motores y dando alaridos, ¡que los árabes pensaron que estaban rodeados por tanques y un gran ejército!  Aterrorizados abandonaron el campamento en desbandada dejando allí todo el armamento.  Al día siguiente no había un solo árabe en contra de Israel y los judíos contaban con un cuantioso botín de guerra.  ¿Coincidencia?
Cuando terminó la guerra, Israel había conquistado el 78% del territorio y había arrasado cientos de pueblos palestinos provocando oleadas de miles de refugiados en Gaza, Cisjordania y otros países árabes.  En la zona israelí quedaron cien mil palestinos.  Las líneas de armisticio, trazadas al término de la guerra, dividieron a Jerusalén.  Jordania ocupó la ciudad vieja y algunas áreas al norte y al sur, e Israel mantuvo los sectores occidental y sur de la ciudad.

Jerusalén fue reunificada en junio de 1967, como resultado de una guerra en la que los jordanos intentaron apoderarse de la parte occidental de la ciudad.  El barrio judío en la Ciudad Vieja, que fuera destruido bajo el dominio jordano, fue restaurado y hoy los ciudadanos israelíes pueden nuevamente visitar sus lugares santos, cosa que les fue negada entre 1948 y 1967.

Sin embargo, a pesar de esta larga y constante historia de ataques, asedios y sometimiento, si le preguntáramos a la comunidad judía quiénes han sido los principales enemigos de Israel, recibiríamos varias respuestas.  Podríamos escuchar nombres como Adolfo Hitler, Ahmadinejad, Hamás, Hezbolá o hasta Senaquerib, el rey asirio que hostigó y sitió a Israel en una o dos ocasiones.  Sin embargo, le sorprenderá saber que muchos creen que el principal enemigo de Israel hoy en día es el mismo que ha tenido a lo largo de toda su historia: Amalec.

Pero... ¿Por qué Amalec?

     Amalec, era hijo ilegítimo de Elifaz y nieto de Esaú.  En Génesis 25:29-34 se encuentra registrada la historia de Esaú, cuando le vendió su herencia a su hermano Jacob.  Esa herencia como primogénito incluía todo lo que pertenecía al padre, y las promesas del pacto de Dios con Abraham.

Esaú habría recibido todo, en lugar de Jacob, sin embargo, renunció a ese legado por un plato de lentejas.  Los rabinos señalan que aunque hubiese estado exhausto, no se estaba muriendo de hambre.  Cuando volvió cansado del campo, vendió su primogenitura a Jacob por un potaje.  De esta manera sacrificó los privilegios y derechos que le correspondían como hijo mayor.  Luego, Jacob, engañó sutilmente a su anciano padre y se apropió de la bendición paterna.

“Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado. Por tanto fue llamado su nombre Edom.  Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura.  Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura?  Y dijo Jacob: Júramelo en este día.  Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura.  Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue.  Así menospreció Esaú la primogenitura” (Gn. 25:29-34).

Según opinión de los rabinos, su disposición por vender la primogenitura indicó que no entendía su significado, y que le importaban muy poco las cosas espirituales.  Era un joven saludable, criado en unas condiciones familiares muy prósperas, y tenía todo lo que necesitaba, pero era frívolo e irrespetuoso hacia las tradiciones de su padre, y tuvo en poca estima las bendiciones de Dios.  No obstante, culpó a su hermano por su propia pérdida, se llenó de odio hacia él, y determinó matarlo y Jacob se vio obligado a huir.  Veinte años después se reconcilió con él, cuando éste regresó de Padan-aram con su familia.
Esaú transmitió ese mismo odio a su nieto Amalec, y lo animó a perseguir a Jacob y a sus descendientes para matarlos.  En el Midrash - la interpretación bíblica en forma de narración didáctica, dice que cuando Esaú envejecía, llamó a su nieto Amalec y le dijo: «Traté de matar a Jacob, pero no pude.  Ahora te encargo a ti y a tu descendencia la misión importante de aniquilar al linaje de mi hermano.  Realiza esa encomienda por mí.  Sé implacable y no les muestres misericordia».

Luego de haber escapado de la opresión egipcia y de los ejércitos del Faraón, los israelitas comenzaron a vagar por el desierto en donde fueron atacados injustificadamente por los amalecitas de Refidim.  No hubo provocación alguna, y el Señor lo vio como algo especialmente abominable.  Dios le ordenó a Josué para que condujera su ejército en batalla contra Amalec, mientras Aarón y Hur sostenían los brazos de Moisés «hasta que se puso el sol», logrando así la victoria para Israel.

Los amalecitas, siendo un pueblo nómada, vivían en la región sur del territorio de Canaán, aunque a veces ocupaban las planicies más fértiles del Néguev.  Este primer encuentro de Israel con su enemigo Amalec está registrado en Éxodo 17:8-13.  Allí leemos: “Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim.  Y dijo Moisés a Josué: Escógenos varones, y sal a pelear contra Amalec; mañana yo estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano.  E hizo Josué como le dijo Moisés, peleando contra Amalec; y Moisés y Aarón y Hur subieron a la cumbre del collado.  Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec.  Y las manos de Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él, y se sentó sobre ella; y Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol.  Y Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada”.

Note que agrega a continuación el versículo 16, que dijo Jehová el Señor: “Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de Jehová, Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación”.  Por esta razón los rabinos interpretan que la guerra será perpetua.

El Señor le ordenó a su pueblo que recordase ese encuentro con Amalec.  Reconoció que el ataque no fue provocado, sino que Amalec atacó a los débiles, fatigados y cansados en la retaguardia.  Enfatizó que no tuvo consideración por Él ni por su pueblo.  Según los rabinos, la simple razón por hacerlo, fue que Amalec siguió las instrucciones de su abuelo.  El ataque nada tenía que ver con propiedad, fronteras o agua, sino que fue el resultado de su odio implacable contra los descendientes de Jacob.  Por eso dijo Moisés por inspiración Divina: “Acuérdate de lo que hizo Amalec contigo en el camino, cuando salías de Egipto; de cómo te salió al encuentro en el camino, y te desbarató la retaguardia de todos los débiles que iban detrás de ti, cuando tú estabas cansado y trabajado; y no tuvo ningún temor de Dios.  Por tanto, cuando Jehová tu Dios te dé descanso de todos tus enemigos alrededor, en la tierra que Jehová tu Dios te da por heredad para que la poseas, borrarás la memoria de Amalec de debajo del cielo; no lo olvides” (Dt. 25:17-19).  Note que una vez más recalcó:“borrarás la memoria de Amalec de debajo del cielo; no lo olvides”.

Según los rabinos, ese fue sólo el principio.  La descendencia de Amalec llegó a ser el enemigo número uno del pueblo judío.  La razón por la existencia de Amalec siempre será diametralmente opuesta al Torá, el que honra a Dios y enseña a su pueblo cómo vivir en pacto con Él.  El Talmud - el comentario rabínico declara, que el trono de Dios nunca será plenamente establecido hasta que la semilla de Amalec, la encarnación de odio y maldad, sea destruida para siempre.  De esa manera, los rabinos claramente enseñan que el pueblo de Amalec es la esencia de la maldad humana.

Amalec a lo largo de la historia

     Las Escrituras narran muchas confrontaciones entre los israelitas y los amalecitas, quienes asesinaban y saqueaban al pueblo de Dios.  Su odio no tenía tregua, y hacían alianzas con cualquiera que era hostil hacia Israel.  Los moabitas, amonitas y ceneos fueron algunos de los que se unieron con ellos en sus esfuerzos por destruir a los descendientes de Jacob.  Sin embargo, Dios en diversas ocasiones favoreció a los ejércitos de Israel para darles la victoria sobre su enemigo.  Saúl capturó al rey amalecita, Agag, y destruyó su pueblo a espada.  “Y Saúl derrotó a los amalecitas desde Havila hasta llegar a Shur, que está al oriente de Egipto.  Y tomó vivo a Agag rey de Amalec, pero a todo el pueblo mató a filo de espada” (1 S. 15:7, 8).

Luego, David les hizo la guerra, según vemos en el capítulo 30 del libro 1 Samuel.  Allí nuevamente encontramos la cobardía de los amalecitas, quienes atacaron a la población, mientras David y sus hombres se encontraban luchando en otra parte, llevándose cautivas a las mujeres y a los niños.  Sin embargo, el rey los alcanzó y recuperó a los cautivos y el botín, y destruyó a todos los amalecitas, excepto algunos que escaparon.

Como dice el texto sagrado: “Cuando David y sus hombres vinieron a Siclag al tercer día, los de Amalec habían invadido el Neguev y a Siclag, y habían asolado a Siclag y le habían prendido fuego.  Y se habían llevado cautivas a las mujeres y a todos los que estaban allí, desde el menor hasta el mayor; pero a nadie habían dado muerte, sino se los habían llevado al seguir su camino... Y los hirió David desde aquella mañana hasta la tarde del día siguiente; y no escapó de ellos ninguno, sino cuatrocientos jóvenes que montaron sobre los camellos y huyeron.  Y libró David todo lo que los amalecitas habían tomado, y asimismo libertó David a sus dos mujeres” (1 S. 30:1, 2, 17, 18).

En 1 Crónicas dice que durante los tiempos de Ezequías, 500 hombres de la tribu de Simeón mataron a los últimos remanentes de los amalecitas que se habían asentado en el Monte Seir: “Asimismo quinientos hombres de ellos, de los hijos de Simeón, fueron al monte de Seir, llevando por capitanes a Pelatías, Nearías, Refaías y Uziel, hijos de Isi, y destruyeron a los que habían quedado de Amalec...” (1 Cr. 4:42, 43a).  Sin embargo, esa no fue la destrucción final de los amalecitas.

Por otra parte, el libro de Ester habla sobre uno de los más conocidos descendientes de los amalecitas, de Amán, quien fue identificado como pariente de Agag, rey de Amalec, y quien era primer ministro de Asuero, rey del Imperio Medo-Persa.  El libro de Ester lo presenta como agagueo: procedente de un país desconocido pero identificado por Josefo como Amalec, enemigo tradicional de los judíos.

Amán se caracterizaba por su odio terrible contra los judíos, y logró que el rey firmara un decreto de exterminio contra ellos.  “Y dijo Amán al rey Asuero: Hay un pueblo esparcido y distribuido entre los pueblos en todas las provincias de tu reino, y sus leyes son diferentes de las de todo pueblo, y no guardan las leyes del rey, y al rey nada le beneficia el dejarlos vivir.  Si place al rey, decrete que sean destruidos; y yo pesaré diez mil talentos de plata a los que manejan la hacienda, para que sean traídos a los tesoros del rey.  Entonces el rey quitó el anillo de su mano, y lo dio a Amán hijo de Hamedata agagueo, enemigo de los judíos, y le dijo: La plata que ofreces sea para ti, y asimismo el pueblo, para que hagas de él lo que bien te pareciere” (Est. 3:8-11).

Tan seguro estaba Amán del éxito de sus planes, que hizo levantar una horca en la que pretendía colgar a Mardoqueo, líder del pueblo de Dios.  Ester, esposa del rey y sobrina de Mardoqueo, consiguió que el monarca ordenara la pena de muerte para Amán, la cual se cumplió el mismo día, muriendo en el mismo patíbulo que levantó para su enemigo.  “Y dijo Harbona, uno de los eunucos que servían al rey: He aquí en casa de Amán la horca de cincuenta codos de altura que hizo Amán para Mardoqueo, el cual había hablado bien por el rey.  Entonces el rey dijo: Colgadlo en ella.  Así colgaron a Amán en la horca que él había hecho preparar para Mardoqueo; y se apaciguó la ira del rey” (Est. 7:9, 10).

El deseo de Amán por destruir totalmente al pueblo judío es una expresión de su antigua tradición nacional, su herencia familiar.  Más tarde en la historia, también se ha identificado sangre amalecita entre otros enemigos de Israel, incluyendo entre ellos a Hitler y el Káiser Wilhelm de Alemania.

Aplicaciones espirituales

     Existe un concepto fundamental en muchas ramas del judaísmo de que lo que se percibe en nuestro mundo material es reflejo de lo que ocurre en un nivel espiritual invisible.  Es decir que se están librando guerras en ambos niveles, y la victoria tiene mucho más que ver con lo espiritual que con lo físico.  Una nación permanece o cae basada en su naturaleza espiritual.  Los rabinos enseñan que hay gran diferencia entre la naturaleza espiritual de Amalec y la de las otras naciones.  Dicen que el espíritu de Amalec es el de Samael, el del ángel del mal, o Satanás mismo.

Los sabios señalan que en Éxodo 17:16, Dios juró que destruiría a Amalec. Pero luego en Deuteronomio 25:19, ordena a su pueblo que lo destruya.  Pero, si Dios prometió librar al mundo de Amalec, ¿por qué entonces le dijo a su pueblo que lo hicieran ellos?  En el caso de las demás naciones, es Dios quien libra la batalla en el ámbito espiritual, dejando al pueblo que se encargue de lo físico.  Sin embargo, los rabinos creen que con Amalec, es todo lo contrario, que el pueblo de Dios debe destruir al espíritu de Amalec de debajo del cielo.  Pero... ¿cómo podrán hacer eso?

Cuando Isaac bendijo a su hijo Jacob en Génesis 27:22b, dijo: “...La voz es la voz de Jacob, pero las manos, las manos de Esaú”.  Según los rabinos, eso significa, que cuando Jacob se afloja en la tarea del estudio del Tora, en oración y en buenas obras, las manos de Esaú se fortalecen.  De la misma forma, también nosotros, cuando nos debilitamos en nuestro servicio a Dios, el espíritu de Amalec gana fuerza, y mientras permanezca fuerte, no podrá ser destruido de debajo del cielo.  Por eso, dicen los rabinos, que es responsabilidad del pueblo de Dios vivir en santa humildad, libre de pecado, y de esa manera privar al espíritu de Amalec del poder que necesita para ser victorioso.
Otra aplicación espiritual se encuentra en la frase de Deuteronomio 25:18 “te salió al encuentro” que se aplica a los amalecitas.  La palabra “encuentro”se origina del vocablo hebreo karja, que significa literalmente «coincidencia».  Según los rabinos, eso indica que la filosofía de Amalec propone que no existe diseño o providencia divina, sino sólo suerte o destino.  Por eso el versículo continúa diciendo que él “no tuvo ningún temor de Dios”.
Por otro lado, los descendientes de Jacob poseen un alto nivel de moralidad y conciencia.  Su mundo tiene propósito y significado, ya que están convencidos que cada persona ha sido creada a imagen de Dios.  Bajo ese principio, los judíos introdujeron en el mundo los conceptos del monoteísmo, la igualdad y la educación para todos, lo cual es un cumplimiento de lo que dijo Jehová por medio de Isaías, de que Israel había sido dado “…por luz de las naciones” (Is. 49:6b).

Los rabinos dicen, que mientras Jacob reconocía que Dios controlaba al mundo y creía en un estándar absoluto de moralidad, Esaú creía en la casualidad y la moralidad subjetiva.  Los judíos siempre se han interesado en cuidar al vulnerable y débil dentro de un mundo ordenado por el Todopoderoso, pero el espíritu de Amalec es todo lo contrario, ataca a los débiles y los arrastra hacia su mundo de caos.

Una última lección que podemos aprender de esto proviene de la tradición jasídica.  El pueblo judío experimentó una asombrosa demostración del poder Divino, cuando Dios dividió el mar Rojo, hizo descender maná del cielo, envió las diez plagas a Egipto, los libró del gobernante más poderoso en ese tiempo y los cuidó en uno de los medios más hostiles posibles.  Pero su relación con Él estuvo marcada por repetidas dudas e incredulidad.  Y fueron esas dudas las que dejaron al pueblo judío susceptible a los ataques de Amalec.
Dice en el Talmud: «¿A qué se compara el incidente de Amalec?  A una bañera de agua hirviendo imposible de entrar.  Pero luego llega un malhechor y se mete a la bañera, y aunque se quema, enfría el agua para que los demás no la puedan usar.
     Igualmente, cuando Israel salió de Egipto, y Dios dividió las aguas del mar y ahogó a los egipcios, el temor de ellos cayó sobre todas las naciones.  Pero cuando Amalec vino y los retó, aunque recibió lo que merecía, enfrió el respeto de las naciones hacia el pueblo de Israel.  Eso mismo sucede entre la batalla del espíritu de Amalec y el pueblo de Dios, es un combate entre la verdad y la falsedad.  Sólo la verdad de Dios podrá prevalecer contra los impulsos y deseos egoístas del ser humano para que viva de manera agradable a Dios».

Pero, según el rabino Sarga Simmons, las facultades racionales del hombre son impotentes contra el reto de un Amalec que salta a la bañera de agua hirviendo, se burla de la verdad, y enfría los momentos más inspiradores con un irrespetuoso, «¿y qué?», porque Amalec no reta la verdad con argumentos – sino que simplemente la desprecia.  Amalec responde con apatía y cinismo al mandato divino de amar la verdad.

Amalec en otras tradiciones

     El judaísmo no es la única religión que presta gran importancia a Amalec.  Como en otras áreas, la perspectiva tanto musulmana como del cristianismo sobre Amalec, también ha sido influenciada por el judaísmo, ya que las enseñanzas de ambos sobre la temprana historia de los amalecitas son muy similares a las del judaísmo.  Sin embargo, muchos autores árabes musulmanes luego crearon historias, alegando sin evidencia histórica, que ellos gobernaron sobre Arabia y las naciones vecinas, especialmente Egipto.

Hasta hace poco, el enfoque siempre fue geográfico y político, presentando un cuadro bastante romántico de que los amalecitas eran una tribu árabe que de vez en cuando penetraba en el área de Canaán para realizar intercambios comerciales, encontrar esposas y hacer guerra contra sus vecinos.  Pero en tiempos recientes, muchos escritores islámicos han pintado un cuadro de los amalecitas como víctimas desafortunadas de «genocidio israelí», sin tomar en cuenta el mandato histórico o bíblico de Dios de destruirlos.
Aunque algunos cristianos interpretan la Biblia literalmente, reconociendo que Amalec fue una verdadera figura histórica, una gran mayoría lo ve como un símbolo de la hostilidad del mundo hacia el reino de Dios.  En su libro Historia de la Biblia, el escritor judío Alfred Edersheim defendió esa tipología, dice: «La contienda de Amalec, por ende, ha sido intencional, no tanto contra Israel como simple nación, sino contra Israel en su carácter como pueblo de Dios.  Fue el primer ataque de los reinos de este mundo contra el reino de Dios, y por eso es típico de todos los ataques que han seguido luego».

Construyendo sobre esa tipología, muchos pastores enseñan hoy en día, que Amalec es representativo de la carne, tipificando todo lo que es malo en la naturaleza humana.  Las confrontaciones entre Israel y los amalecitas son vistas como un presagio de las batallas que libra todo aquel que procura vivir de manera santa a medida que lucha contra el enemigo interior.

Sin embargo, hay un creciente número de cristianos, que aunque aceptan que Amalec puede representar los deseos de la carne, también lo reconocen como un enemigo verdadero e histórico del pueblo judío cuyo odio innato e irracional hacia los descendientes de Jacob continúa influenciando al mundo en que vivimos.

Por lo tanto: ¿Cómo debemos responder los cristianos?  Debemos recordar lo siguiente: quién es Amalec, la batalla que libramos, lo que Dios ha logrado y lo que todavía hará en su fidelidad.  La Biblia nos dice que no debemos participar en las cosas mundanas y que evitemos colaborar en embrollos pecaminosos.  Recordemos nuestro primer amor, que el Señor Jesucristo nos ayudará a resolver cada desafío, racional o no.

El espíritu de Amalec

     El antisemitismo es uno de los fenómenos más extraños del mundo moderno.  Aunque muchos grupos poblacionales han sufrido opresión e incluso genocidio, ninguna otra nación ha experimentado un odio tan universal como Israel.  El antisemitismo no tiene paralelo sociológico.  Aún el término que se usa es especial, ya que es la única palabra que describe el odio hacia un pueblo distintivo.  Por ejemplo, no existe una palabra para referirse al odio contra los franceses, contra los irlandeses, alemanes o cualquier otro grupo que haya sufrido amarga opresión y guerra a lo largo de su historia.

El pueblo judío es el único en el mundo, que ha sido víctima de odio especial desde el tiempo de Isaac.  Esto refleja el cumplimiento de lo que dice la Escritura, de que Israel estaría en guerra perpetua contra Amalec y su descendencia, hasta la venida del Mesías.  En la actualidad, muchos cristianos y judíos creen que nos encontramos en un período en que el Mesías está próximo a venir.  Si eso es verdad, entonces no debe sorprendernos ver un aumento extraordinario de antisemitismo alrededor del mundo, y de odio contra Israel, a un nivel sin precedentes.  El espíritu de Amalec no descansará, hasta que éste malvado no haya sido destruido.

Basándose en Amós 1:11, la tradición judía identifica cuatro pecados que tipifican el espíritu de Amalec.  “Así ha dicho Jehová: Por tres pecados de Edom, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque persiguió a espada a su hermano, y violó todo afecto natural; y en su furor le ha robado siempre, y perpetuamente ha guardado el rencor”.

Recordando que Amalec era nieto de Esaú, a quien la Biblia identifica con Edom, los rabinos aseguran que este versículo detalla los pecados que identifican a los descendientes de Amalec y a sus seguidores, los cuales Dios nunca perdonará.  Estos pecados son:

1.  Perseguir al pueblo judío con la espada e intentar aniquilarlo,
2.  No tener compasión de su hermano - el pueblo judío,
3.  Intentar siempre acabarlos por cualquier medio, y
4.  Estar siempre airado contra la existencia misma de ellos.

Según el versículo anterior, a lo largo de la historia, muchos han hecho lo mismo que Amalec.  Trágicamente, por casi dos mil años, la iglesia nominal también siguió este mismo ejemplo.  Por causa de este odio y persecución del catolicismo romano contra el pueblo de Dios, algunos en el judaísmo han relacionado el cristianismo con Edom o Esaú, y el islam.
Alegan que como Amalec era ilegítimo, ambas religiones también lo son, que surgieron del judaísmo y están saturadas del espíritu de Amalec.  Ya que así como Amalec se portó arrogantemente contra Dios, rehusando reconocer su poder, la posición especial de su pueblo, y descartando lo que hizo, estas religiones también rehusaron reconocer el pacto de Dios con los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob, y arrogantemente los han perseguido en nombre del cristianismo.

A los cristianos verdaderos se nos hace difícil comprender, que a nosotros, los seguidores de nuestro precioso Mesías Judío, nos puedan confundir con personas como Hitler, Ahmadinejad, los asirios, los babilonios o los católico romanos.  Pero nuestra historia, al igual que la del pueblo judío está colmada de odio del tipo delineado por el profeta Amós.
Naciones, líderes, individuos, y muchos que se hacen llamar cristianos, son culpables ante Dios por odiar al pueblo judío.  Denominaciones cristianas que aceptaron y enseñan la teología del Reemplazo, cargarán la culpa de generaciones por perseguir a quienes Dios dijo que eran su tesoro más preciado por siempre.  Por medio de ellos el espíritu de Amalec se ha fortalecido y prosperado a lo largo de las edades.

Hoy día es evidente que muchos en el mundo islámico personifican las palabras de Amós.  Claramente, el espíritu de Amalec perpetúa los esfuerzos por destruir a los descendientes de Jacob.  Los disturbios actuales en el mundo árabe, el aumento en el fundamentalismo islámico, la deslegitimación de Israel y la incapacidad de la comunidad internacional por ayudar a los israelíes, son todos síntomas de que el mundo ha sido infectado por el espíritu de Amalec.

Los cristianos, como pueblo de Dios, debemos recordar eso.  Dios nos ha llamado a pararnos en la brecha por la nación y el pueblo de Israel.  Debemos orar, interceder, proclamar la Palabra de Dios y declarar su victoria hasta que ésta haya sido alcanzada.  Pero también debemos recordar la importancia de vivir en santa humildad, libres de pecado, para no fortalecer el espíritu de Amalec.  En cierta manera, el pecado no es como dicen muchos, un asunto entre uno y el Señor, sino que en el ámbito espiritual, le añade leña al fuego de Amalec.

*** Continuará ***

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