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Los logros proféticos finales

  • Fecha de publicación: Jueves, 29 Mayo 2014, 03:06 horas

Nunca he conocido a un ateo que no esté enojado en contra de Dios.  En algunos casos, es porque han orado desesperadamente clamando por su ayuda y no recibieron una respuesta positiva de su parte. 

Por ejemplo, Charles Darwin, quien propagó la teoría de la evolución, y el biólogo británico Thomas Huxley, conocido como el «Bulldog de Darwin» por su defensa de la teoría de la evolución, culpaban a Dios por la trágica muerte de sus hijos.

Annie, la hija de 10 años que tanto amaba Charles Darwin murió en 1851.  Y Noel el hijo de 4 años de Thomas Huxley murió de fiebre escarlatina en 1860.  Después de estas experiencias ambos hombres se convirtieron en agnósticos endurecidos.

Leí la historia de una joven judía de Bélgica que llegó a Estados Unidos a vivir con una familia cristiana, su nombre es Shoshanna.  Era parte de un programa de intercambio estudiantil y asistía a la escuela superior Roosevelt High School en San Antonio, Texas.  Tanto su padre como su madre, eran profesores universitarios en Bruselas.  Al poco tiempo después de presentarse con el matrimonio cristiano con quienes iba a residir, le dijo al caballero jefe de la familia: «Como usted no es pastor, tal vez le interese saber que no creo en Dios, y me gustaría saber si eso de alguna forma le ofende».

El hombre le respondió que no le ofendía, pero que sí le entristecía mucho que una persona de ascendencia judía hubiera escogido no creer en el Dios de Israel.  Ella recibió su respuesta con cortesía, pero pasó a explicarle que sus abuelos habían perecido en los campamentos de muerte nazi durante la II Guerra Mundial.  Pasando a continuación a hablar sobre la teodocia, una rama de la filosofía, también conocida como teología natural, cuyo objetivo es la demostración racional de la existencia de Dios mediante razonamientos, así como la descripción análoga de su naturaleza y atributos. Y dijo: «No puedo creer que un Dios bueno permita que pasen cosas tan horribles en este mundo».  Agregando que por esa misma razón sus padres también eran agnósticos.

Este es un problema con el que los pensadores cristianos han luchado por cerca de dos mil años.  ¿Cómo es posible que un Dios bueno, permita que le pasen cosas terribles a personas inocentes?  Para escépticos como Darwin y Huxley, y para esta joven belga, el problema es insuperable.  Porque según ellos un Dios no puede coexistir en el mismo universo con el mal.  Por lo tanto decidieron que tenían que rechazar la realidad o de uno o del otro.  Como la existencia del mal es algo obvio e innegable, sólo quedaba Dios, y por eso lo rechazaron.

La raíz del problema, según ellos, es que si Dios es bueno y todopoderoso, ¿por qué entonces existe el mal?  Después de todo, si tiene todo el poder puede hacer cualquier cosa que quiera, y eso incluye la autoridad para acabar con todas las formas del mal y con sus consecuencias.  Y si es Dios, lo lógico es que realmente desee hacer eso, ¿no es cierto?  Por lo tanto, no pueden entender por qué permite el mal en el mundo.

Teólogos de la antigüedad como Agustín de Hipona e Ireneo propusieron soluciones posibles a este dilema hace casi dos mil años.  Y en épocas un poco más reciente C. S. Lewis un apologista cristiano, crítico literario, académico, locutor de radio y ensayista británico, quien muriera en 1963 y es ampliamente conocido por sus novelas de ficción, especialmente Las crónicas de Narnia y la Trilogía cósmica, sugirió que Dios permitió que entrara el mal en el mundo, para que existiera el libre albedrío.  Que el Creador permitió que fuera así, para que de esta forma cada uno pudiera decidir por sí mismo lo que quería seguir: sí el bien o el mal.  Piénselo, porque eso quiere decir que una criatura no es libre, sino tiene libertad para decidir lo qué quiere.

Si el problema del mal es algo permanente, algunos bien podrían sentirse inclinados a estar de acuerdo con que es incompatible con un Dios bueno y benevolente.  De hecho la propia Biblia nos dice así en 1 Juan 1:5, que Dios y el mal no son compatibles.  “Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”.

La Escritura también nos dice que la “condición caída” del hombre es temporal y es resultado del pecado, pero algún día tanto el pecado como el mal serán destruidos.  De hecho, la restauración futura de todas las cosas, es un tema principal en las Escrituras.  En un sermón registrado en el libro de Hechos, el apóstol Pedro se refirió a esta restauración venidera cuando habló acerca de Jesús, el Mesías, y dijo: “A quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo” (Hch. 3:21).

Pablo también escribió así sobre esta restauración en Romanos 8:18-25: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.  Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.  Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.  Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.  Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?  Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos”.  ¡Se aproxima un nuevo mundo y esto debe ser un gran estímulo para todo el pueblo de Dios!

Daniel 9:24

     Dice la profecía de Daniel 9:24: “Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos”.  En esta profecía encontramos un sumario conciso de cómo Dios llevará a cabo esta restauración y renovación del mundo.  El proceso consiste de seis acciones divinas.  Las tres primeras están encaminadas a quitar el pecado y sus efectos.  Y las otras tres tienen que ver con la iniciación del reinado de Dios en el Reino Mesiánico.

Pero... ¿Por qué 490 años?

     Las seis acciones divinas que discutiremos más adelante, comenzarán a tener lugar después de un período de duración de 490 años.  Y llegamos a esta cifra porque la profecía de Daniel se refiere a setenta semanas de años, es decir que cada semana representa siete años y como son setenta, equivalen a setenta por siete, que son 490 años.

El pueblo judío, obviamente estaba bien familiarizado con este concepto, porque sus vidas giraban alrededor de la semana con el séptimo día de reposo.  Como leemos en Éxodo 20:8-11: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo.  Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas.  Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó”.  Sin embargo, en el caso específico de Daniel no se trataba de días sino de grupos de siete años.

Gideon Levytam, director internacional del ministerio judeo cristiano Christian Jew Foundation, explica que en el texto original en hebreo la diferencia es clara al referirse a la semana de años, ya que en Daniel 9:24 se menciona el término «shavuim sheevim».  En este primer caso «shavuim sheevim» se relaciona con semanas que son grupos de siete años y en el segundo «shavout sheevin» implica una semana común y corriente.  El sufijo «im» en el primer caso denota plural, mientras que el sufijo «ot» en el siguiente caso, una semana normal de siete días.

Ningún estudioso serio de la Biblia puede negar que los grupos de siete años los encontramos en los ciclos sabáticos del Antiguo Testamento.  Esto no fue algo inventado por los premilenialistas en los siglos XIX o XX para que se ajustara a un escenario profético.  Por el contrario es algo que está bien arraigado en la estructura de la propia profecía.

Israel permaneció cautivo por setenta años, debido a su falta al no observar el ciclo sabático divinamente prescrito.  Tal como dice en The Bible Knowledge Commentary: «De acuerdo con Levíticos 25:1-7, Israel falló y fue castigado por no guardar el año sabático, ya que Jehová Dios había dicho: ‘Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra que yo os doy, la tierra guardará reposo para Jehová.  Seis años sembrarás tu tierra, y seis años podarás tu viña y recogerás sus frutos.  Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposo para Jehová; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña... Y contarás siete semanas de años, siete veces siete años, de modo que los días de las siete semanas de años vendrán a serte cuarenta y nueve años’ (Lv. 25:2-4, 8)».

Durante los 814 años más o menos que duró la conquista israelí del territorio de Canaán, hasta que fuera llevado cautivo a Babilonia, se estima que el pueblo observó el año sabático durante sólo 324 años, los que equivalen aproximadamente a 46 ciclos de siete años.  Eso deja unos 490 años, o setenta ciclos de siete años, durante los cuales Israel fue desobediente al mandato de Dios, al no dejar la tierra en barbecho, es decir que durante esos años sabáticos, Israel no aró la tierra, ni la preparó para que descansara, tal como prescribía Éxodo 23:11: “Mas el séptimo año la dejarás libre, para que coman los pobres de tu pueblo; y de lo que quedare comerán las bestias del campo; así harás con tu viña y con tu olivar”.  El castigo para ellos fue de setenta años, es decir, un año en el exilio por cada año sabático que ignoraron.

Algunos profesores de teología sistemática y reconocidos escritores de profecía creen que el período de 490 años, contados antes y después de Daniel, no consiste de años consecutivos, sino que hay espacios de tiempo entre ambos.  Y basan sus conclusiones en el hecho que los judíos entraron a la tierra prometida alrededor del año 1400 a.C., y fueron deportados a Babilonia en el año 600 de la misma era.  Esto quiere decir que estuvieron en el territorio cerca de 800 años antes de ser deportados a Babilonia.  Si hubieran desobedecido cada año sabático por 800 años, habrían tenido que permanecer cautivos por 114 años, sin embargo sólo estuvieron cautivos setenta, los cuales implican que desobedecieron sólo por 490 años del período de 800.  Y según ellos, es ésta diferencia la que demuestra que hubo espacios de tiempo, que Israel no desobedeció durante los 800 años, sino sólo por 490.

Claro está, vuelvo a recordar lo que ya he mencionado en otros mensajes de Profecías Bíblicas, que en materia de análisis de la profecía, no hay una sola persona que pueda interpretarla con exactitud, excepto Dios.  Los estudiosos sólo examinan cuidadosamente los diferentes pasajes proféticos junto con los otros textos relacionados y luego hacen su mejor evaluación de acuerdo con lo que dice la Biblia.

Ahora examinemos los tres primeros logros que se harán una realidad al momento cuando se establezca el Reino Milenial.

Terminar la prevaricación

     El texto de Daniel implica que antes que Dios establezca su Reino Milenial, lo primero que tendrá que hacer es “terminar la prevaricación”.  La Nueva Versión Internacional, traduce así esta parte «poner fin a sus transgresiones», y la Palabra Hispanoamericana dice «poner fin al delito».  Pero... ¿qué transgresiones o qué delitos tienen que acabar?  Para responder a esta pregunta primero tenemos que entender, que Dios por medio del arcángel Gabriel no está hablando en una forma general, acerca de acabar con el pecado.  Por el contrario, tiene algo específico en mente.  Esto más probablemente se refiere a ponerle fin a la gran rebelión contra el orden creado por Él.

Algunos están convencidos que el primer pecado ocurrió en el huerto del Edén, pero de hecho no fue así.  La rebelión comenzó en el cielo con la sublevación de Lucero y su séquito de ángeles y su caída posterior de su condición exaltada.  Luego vino la caída de la raza humana a través de Adán, en el huerto del Edén.  Adán y Eva desobedecieron a Dios y se unieron a la insurrección.  La gran rebelión continuó con la apostasía de Israel en el Antiguo Testamento.  El pueblo terrenal de Dios, “que son israelitas, de los cuales son la adopción, la gloria, el pacto, la promulgación de la ley, el culto y las promesas” (Ro. 9:4), se volvió en su contra.  Se dedicaron a adorar ídolos, ignoraron sus leyes y cuando envió al Mesías, lo rechazaron.

De tal manera que la rebelión comenzó en el cielo, se propagó en la tierra, en el huerto del Edén, y más tarde se extendió incluso entre el pueblo del Antiguo Testamento, la nación de Israel.  La mente maestra detrás de esta sublevación, es y siempre ha sido, el propio Satanás.  ¡Y todavía no ha acabado!  En el Nuevo Testamento está profetizado que conforme nos aproximamos al día del retorno del Mesías, tendrá lugar una gran “apostasía”, un alejamiento de la fe dentro del cristianismo gentil.  “Nadie os engañe en ninguna manera; porque no vendrá sin que antes venga la apostasía, y se manifieste el hombre de pecado, el hijo de perdición” (2 Ts. 2:3).

Muchos cristianos fundamentalistas creemos que estamos siendo testigos del comienzo de esta apostasía en nuestra generación, conforme las denominaciones principales entre el cristianismo liberal abandonan su compromiso con la Biblia y las normas establecidas allí, respecto a lo que es y no es correcto.  Estos grupos han adoptado la moral y valores del mundo y han rechazado las doctrinas fundamentales de la histórica fe cristiana.

Los fundamentos de la fe cristiana se están deteriorando rápidamente.  Pero... ¿Será simple coincidencia que estas mismas denominaciones liberales, grupos religiosos apóstatas, sean en su mayoría anti-israelíes?  No, realmente no creo que sea así.  Hay cierta consistencia en todo esto, porque finalmente el instigador final es el diablo: tanto del liberalismo moderno religioso como del antisemitismo.

Es así como a comienzos de este siglo XXI, todavía nos encontramos en medio de la gran rebelión.  De hecho, está cobrando impulso.  Con cada día que pasa estamos viendo que somos sobrepasados en número.  El diablo y sus secuaces violentos de las tinieblas están furibundos, porque saben que su tiempo se está acabando.  Tal como dice Apocalipsis 12:12: “Por lo cual alegraos, cielos, y los que moráis en ellos.  ¡Ay de los moradores de la tierra y del mar! porque el diablo ha descendido a vosotros con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo”.  Mientras tanto, los creyentes en el Señor Jesucristo somos como comandos, operando detrás de las líneas enemigas en una vasta guerra civil.  Pero un día, la rebelión tendrá fin, concluirá y Dios será victorioso sobre las potencias de las tinieblas.

En nuestra cultura moderna organizamos nuestros años en unidades de diez.  Diez años consecutivos forman una década, diez décadas constituyen un siglo, y diez siglos un milenio.  Sin embargo, en el antiguo Israel, el tiempo estaba organizado en grupos de siete.
Había siete días en una semana.  Éxodo 20:8-10a declara que el séptimo día era de reposo.  “Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna...”

Cada siete años había que dejar reposar la tierra.  “Seis años sembrarás tu tierra, y seis años podarás tu viña y recogerás sus frutos.  Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposo para Jehová; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña” (Lv. 25:3, 4).

Después de un ciclo de siete semanas de años, es decir cada cincuenta años, Israel debía observar un año de jubileo.  “Y contarás siete semanas de años, siete veces siete años, de modo que los días de las siete semanas de años vendrán a serte cuarenta y nueve años.  Entonces harás tocar fuertemente la trompeta en el mes séptimo a los diez días del mes; el día de la expiación haréis tocar la trompeta por toda vuestra tierra.  Y santificaréis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; ese año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia.  El año cincuenta os será jubileo; no sembraréis, ni segaréis lo que naciere de suyo en la tierra, ni vendimiaréis sus viñedos, porque es jubileo; santo será a vosotros; el producto de la tierra comeréis” (Lv. 25:8-12).

Es por esta razón que cuando el profeta Daniel se refiere a un período de setenta semanas, entendemos que está hablando de años, es decir de 490.  Como ya dijera, algunos estudiosos de las profecías creen que este tiempo no fue consecutivo, porque el “reloj maestro” de Dios sólo marca el tiempo cuando Israel está en su territorio.  Durante los períodos de exilio, el reloj se detiene y el tiempo queda paralizado sin avanzar.  Piense en ello como algo similar a un partido de fútbol o de baloncesto, donde el reloj sólo funciona mientras el balón está en juego.  Todos sabemos que con los tiempos de espera y otras interrupciones, a veces puede tardar diez minutos o más el ejecutar una acción que sólo toma uno o dos minutos en el reloj del juego.

Asimismo, aunque Dios determinó que serían 490 años que habrían de transcurrir en su reloj profético, desde el tiempo cuando se dio la orden para reconstruir a Jerusalén en el año 444 a.C., hasta la instauración futura del Reino Milenial, la realidad es que ya han transcurrido casi 2.500 años, debido a todos los años que Israel no estuvo en su territorio y el reloj profético permaneció detenido.

Poner fin al pecado

     Mientras el término pesha en la primera parte de Daniel 9:24 en el texto original, que se traduce como “prevaricación”, implica una revuelta contra una autoridad específica, la palabra chattan que se traduce como “pecado” es más bien una referencia a errar el blanco, o no estar a la altura de los requerimientos de Dios.

Es difícil imaginar un mundo sin pecado.  Como todos los habitantes de la tierra hemos vivido con el pecado a nuestro alrededor a lo largo de la vida, prácticamente lo consideramos como una situación normal, pero no es así.  El pecado es una aberración, un defecto.  Es una anomalía en la pantalla del radar de la creación de Dios.

Durante la edad del Reino, las cosas serán diferentes.  La justicia será la norma y el pecado una rara excepción.  Más tarde, en el estado eterno, ¡ya no habrá pecado!  Durante el período de mil años, se suprimirá la gran rebelión, aunque la misma volverá a alzar su horrenda cabeza al final de los mil años, como leemos en Apocalipsis 20:7-10: “Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar.  Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió.  Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos”.

El Señor Jesucristo, el Mesías, le puso fin a los pecados cuando murió en el Calvario hace dos mil años.  La Biblia declara: “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia” (Ef. 1:7).
¡Qué pensamiento más glorioso, Dios hizo posible que nuestros pecados fuesen perdonados!  Tal como dice el himno de Horacio G. Spafford:

De paz inundada mi senda ya está
cúbrala un mar de aflicción,
Mi suerte cualquiera que sea, diré:
Alcancé, alcancé, salvación.

     Sin embargo, la redención que hemos experimentado los creyentes en Cristo en el reino espiritual, todavía no se ha convertido una realidad en el reino terrenal.  Es por eso que el apóstol Pablo dijo: “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo” (Ro. 8:22, 23).  Oramos por la venida de ese tiempo, y clamamos: “Venga tu reino.  Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:10).

Cuando el Mesías retorne, el pecado de Israel será removido y el pueblo judío que haya sobrevivido a la tribulación, como un todo, se volverá a Él en fe.  Como dice la Escritura:

•   “Ni se contaminarán ya más con sus ídolos, con sus abominaciones y con todas sus rebeliones; y los salvaré de todas sus rebeliones con las cuales pecaron, y los limpiaré; y me serán por pueblo, y yo a ellos por Dios” (Ez. 37:23).
   “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles; y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad.  Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados” (Ro. 11:25-27).

Pero... ¿Es realmente posible que una nación entera pueda volverse a Dios en fe en un día?  El profeta Isaías por inspiración divina evidentemente pensó que podía ser así, y dijo: “¿Quién oyó cosa semejante? ¿quién vio tal cosa?  ¿Concebirá la tierra en un día?  ¿Nacerá una nación de una vez?  Pues en cuanto Sion estuvo de parto, dio a luz sus hijos” (Is. 66:8).

Expiar la iniquidad

     El texto original más correctamente sería «hacer reconciliación».  Aunque la palabra hebrea haphar significa «expiar» o «cubrir», la realidad es que implica más bien reconciliación.  En español la palabra «reconciliación» significa: «Acción y efecto de reconciliar.  Volver a las amistades, o atraer y acordar los ánimos desunidos.  Restituir a la comunidad de la Iglesia a alguien que se había separado de sus doctrinas...»  Por ejemplo, si una pareja establece una demanda de divorcio, pero más tarde cambian de idea y deciden retirar la petición, decimos que se reconciliaron.  Y eso es exactamente a lo que nos estamos refiriendo aquí: a dos participantes, Dios y el hombre que se reconcilian.

Nuestro mayor problema siempre ha sido el estar separados de Dios.  En el huerto del Edén, el Señor disfrutó de un compañerismo sin restricciones con Adán y Eva.  Pero cuando el pecado entró en el mundo, tristemente todo cambió.  “Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales.  Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto” (Gn. 3:7, 8).

A partir de ese momento, nuestro pecado constituyó una barrera entre nosotros y el Creador.  Hablando con respecto a su relación con Israel, el Señor dijo:

•   “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Is. 59:2).
•   “Vuestras iniquidades han estorbado estas cosas, y vuestros pecados apartaron de vosotros el bien.” (Jer. 5:25).

Dios quiere que disfrutemos de comunión con Él, pero el problema del pecado se interpone en el camino y nos separa como una masiva barrera de piedra, más impenetrable que la Gran Muralla China.  Si el Creador por cualquier razón, comprometiera su naturaleza santa, ya no sería Dios.  Así que no puede hacerse de la vista gorda y pasar por alto el pecado.  Al proteger su misma integridad como un Ser Santo, ¡nos está protegiendo!  Es por esta razón que eran indispensables los sacrificios, porque era necesario tratar con el pecado.
Sin embargo, los sacrificios del Antiguo Testamento tenían un efecto limitado.  Se realizaban en un ciclo anual, porque la sangre de los animales sólo cubría los pecados de un año a otro.  Por otra parte, la sangre del Mesías, expió nuestros pecados de manera permanente.  Tal como leemos en Hebreos 7:26, 27; 9:12: “Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos; que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los del pueblo; porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo... y no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención”.

El Nuevo Testamento dice que el Señor Jesucristo se deshizo de nuestros pecados y a eso los teólogos le llaman «expiación».  Hizo «propiciación» – satisfizo la justicia de Dios al cumplir con los requisitos de Su santidad para siempre, en lugar de limitarse a cubrir el pecado por un año más.  “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (1 Jn. 4:10).

Note el contraste entre cada año y para siempre.  ¡Es una gran diferencia!  Hoy los no judíos disfrutamos de una relación con Dios, basados en la fe en el Mesías judío.  “Pues si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado en lugar de ellas, y has sido hecho participante de la raíz y de la rica savia del olivo, no te jactes contra las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.  Pues las ramas, dirás, fueron desgajadas para que yo fuese injertado.  Bien; por su incredulidad fueron desgajadas, pero tú por la fe estás en pie.  No te ensoberbezcas, sino teme.  Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará” (Ro. 11:17-21).

Pero Dios no ha olvidado “las ramas naturales” – los descendientes físicos de Abraham, Isaac y Jacob, tal como dijo Pablo en Romanos 11:23, 24: “Y aun ellos, si no permanecieren en incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar.  Porque si tú fuiste cortado del que por naturaleza es olivo silvestre, y contra naturaleza fuiste injertado en el buen olivo, ¿cuánto más éstos, que son las ramas naturales, serán injertados en su propio olivo?”.

Incluso ahora mismo, hay un remanente de creyentes judíos, al que Pablo llama en Gálatas 6:16: el “Israel de Dios”.  Sin embargo, un día «todo» el pueblo de Israel se arrepentirá de sus pecados y depositará su fe en Jesús, el Mesías.  “Y luego todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sion el Libertador, que apartará de Jacob la impiedad.  Y este será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados” (Ro. 11:26, 27).  Como ya hemos visto, y dice Isaías 66:8, la nación entera nacerá en un día.
Ahora examinaremos los últimos tres logros divinos, que tendrán lugar durante el Reino Milenial...

Traer la justicia perdurable

     Aquí tenemos la esperanza milenial de Israel cuando el conocimiento del Señor inunde la tierra.  “No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar” (Is. 11:9).
El profeta Jeremías se refiere así a este tiempo futuro, dice: “Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado” (Jer. 31:34).

La forma hebrea que Daniel usó y que se tradujo como «traer» denota causa, lo cual quiere decir que no se trata de simple coincidencia, sino que tiene origen, principio.  Es algo que Dios hará que ocurra deliberadamente.  Es su trabajo y de nadie más.
Este Reino Milenial Mesiánico, será en cierta forma como un segundo Edén.  Como el primer huerto del Edén, comenzará con un acto creativo de Dios, uno que transformará el mundo e iniciará el proceso de revertir la antigua maldición que acarreara Adán con su desobediencia.

Y Jehová Dios dijo al hombre: “...Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.  Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo.  Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gn. 3:17-19).

Y cuando Jehová Dios restaure el Edén perdido, dice Isaías 11:6, 7: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará.  La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león como el buey comerá paja”.

De la misma manera la Edad del Reino concluirá con una rebelión, igual como ocurrió en el primer Edén.  “Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar.  Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió.  Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap. 20:7-10).

La Edad del Reino será una transición que los estudiosos de la Biblia llaman “el Estado Eterno”, el cual comenzará con una nueva tierra y un nuevo cielo, en la Nueva Jerusalén, aunque primero dice 2 Pedro 3:10b “...los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas”.

Después de eso y de acuerdo con 1 Corintios 15:24-28, Jesús le dará todo al Padre: “Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia.  Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies.  Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.  Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies.  Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas.  Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos”.  Será entonces cuando Dios hará todas las cosas nuevas, como dice Apocalipsis 21:5.

La Biblia nos dice muy poco al respecto, y esa falta de información bíblica tal vez indique que somos incapaces de comprender el estado eterno y la realidad del tiempo y espacio debido a nuestras limitaciones.  “Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Co. 2:9).

Todo lo que podemos decir, es que en el Estado Eterno estaremos con el Señor, ¡realmente eso es todo lo que necesitamos saber!  “Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.  Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Ap. 21:3, 4).

Sellar la visión y la profecía

     En tiempos antiguos, el autor de un documento colocaba su sello sobre él como una señal de autoridad y autenticidad.  Típicamente el sello era una impresión hecha con cera, arcilla u otro material disponible.  Los reyes a menudo usaban su anillo para sellar.  Incluso hoy en día, muchos tipos de documentos legales, como escrituras, testamentos y registros de transacciones financieras, requieren el sello de un notario público a fin de ser considerados un título oficial.

El Nuevo Testamento nos dice que las autoridades romanas colocaron un sello oficial sobre la tumba del Señor Jesucristo junto con una guardia armada, para asegurarse que nadie la abriera.  Sin embargo una autoridad mayor que ellos, después de tres días rompió el sello, hizo huir a los soldados y movió la roca que cubría la entrada.  “Entonces ellos fueron y aseguraron el sepulcro, sellando la piedra y poniendo la guardia... Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella” (Mt. 27:66; 28:2).

Daniel dice aquí que la visión y la profecía están selladas.  Que todo lo que los profetas predijeron y le declararon al pueblo, se cumplirá.  El resultado está sellado y ciertamente es irrevocable.  Cuando Dios da una advertencia profética, es mejor que le prestemos atención.  Por medio del profeta Isaías, el Señor dio un aviso de lo que le ocurriría a todos esos que no prestaban atención legítima a la profecía y las visiones, dijo: “Porque Jehová derramó sobre vosotros espíritu de sueño, y cerró los ojos de vuestros profetas, y puso velo sobre las cabezas de vuestros videntes” (Is. 29:10).

La profecía verdadera se autentica por sí misma.  La prueba bíblica para corroborar la autoridad de un profeta es simple: Si sus palabras se cumplían, era un verdadero profeta, sino era un impostor y debía ser juzgado en conformidad.  Así declara Deuteronomio 18:20-22: “El profeta que tuviere la presunción de hablar palabra en mi nombre, a quien yo no le haya mandado hablar, o que hablare en nombre de dioses ajenos, el tal profeta morirá.  Y si dijeres en tu corazón: ¿Cómo conoceremos la palabra que Jehová no ha hablado?; si el profeta hablare en nombre de Jehová, y no se cumpliere lo que dijo, ni aconteciere, es palabra que Jehová no ha hablado; con presunción la habló el tal profeta; no tengas temor de él”.

Cuando Dios dice que algo va a ocurrir, sucederá.  Ninguna visión o profecía puede ser interrumpida o interceptada para evitar que pase.  El Nuevo Testamento contiene una de las más extensas visiones proféticas jamás dadas.  Hoy la conocemos como el libro de Apocalipsis.  La visión le fue dada al apóstol Juan por un ángel.

Israel tenía un largo historial de no hacer caso a las advertencias de los profetas de Dios.  Por ejemplo, se burlaron y atacaron a Jeremías, tanto que el profeta se quejó con estas palabras: “...cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí” (Jer. 20:7b).  Elías, otro profeta, le dijo al Señor: “He sentido un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos; porque los hijos de Israel han dejado tu pacto, han derribado tus altares, y han matado a espada a tus profetas; y sólo yo he quedado, y me buscan para quitarme la vida” (1 R. 19:10).  Por lo tanto, Daniel deja bien claro este punto: que las visiones y las profecías selladas se cumplirán, pase lo que pase.

Israel debe tomar esto muy en serio, y el resto del mundo también debe hacerlo.  Si alguna vez ha lamentado el hecho de que el cumplimiento de las profecías de los últimos días se haya retrasado durante tanto tiempo, simplemente recuerde que Dios no ha dejado de obrar.  Las profecías han sido «selladas» y ninguna autoridad en el cielo o en la tierra puede cancelarlas.  Cada uno de los eventos previstos se cumplirá perfecta y precisamente tal como dijo el Señor que lo haría.  Cada frase, cada palabra, cada jota y tilde se cumplirán.  ¡Puede usted estar seguro de ello!

El fallecido Gleason Archer, un erudito bíblico, teólogo, educador y autor, dijo en el volumen 7 de su obra en inglés El Comentario Bíblico del Expositor, «que las visiones y profecías de Daniel 9:24 se refieren a esa etapa final de la historia humana, cuando el Hijo del Hombre en cumplimiento a Daniel 7:14 recibe autoridad, gloria y reino, para que todas las naciones y razas le sirvan.  ‘Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido’».  Este cumplimiento sin duda va más allá del sufrimiento, muerte y resurrección del Señor Jesucristo, y debe incluir su coronación sobre el trono de David, como el gobernante supremo de toda la tierra.

Ungir al Santo de los santos

     Hay varias interpretaciones posibles para esta frase final, por lo tanto vamos a permitirnos ser guiados por la tan citada regla de oro de la interpretación bíblica, que declara: «En pasajes en donde el sentido literal de la Escritura tenga sentido común, no busque otro significado».

En ocasiones está bien buscar significados profundos y misteriosos a un pasaje, si está dentro de los límites de la razón, pero hay muchos casos ¡cuando la Biblia simplemente dice lo que declara!  Por lo tanto, el significado más natural de este pasaje es que el Kodesh haKodashim – el Lugar Santísimo en el futuro templo milenial, será ungido y consagrado para su uso en la adoración, así también lo declara Ezequiel 43:26, 27: “Por siete días harán expiación por el altar, y lo limpiarán, y así lo consagrarán.  Y acabados estos días, del octavo día en adelante, los sacerdotes sacrificarán sobre el altar vuestros holocaustos y vuestras ofrendas de paz; y me seréis aceptos, dice Jehová el Señor”.

La frase Kodesh haKodashim en el texto original de la Escritura, uniformemente se refiere al Lugar Santísimo en el Templo.  En las 39 veces que aparece en la Biblia Hebrea, nunca se refiere a una persona, ni siquiera al Mesías.  Por lo tanto, esta profecía indica que durante el milenio habrá un templo en Jerusalén y que Israel y las naciones adorarán al Señor allí.  Como dice Miqueas 4:2: “Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová”.

Conclusión

     Estos seis logros divinos allanarán el camino para la renovación del mundo, y finalmente tendrán su cumplimiento en el futuro Reino Mesiánico Milenial y mucho más allá.  Hay una bendición, no sólo para Israel, sino para todas las personas en todas partes, así lo confirma Isaías 42:1-4: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones.  No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles.  No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia.  No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley”.

No se trata de “castillos en el aire” o de una ilusión piadosa.  ¡Es una realidad que sucederá y lo sabemos porque son las promesas de Dios Todopoderoso!  Ojalá que cada corazón redimido se una a voces con la iglesia primitiva, y clame: “...El Señor viene” (1 Co. 16:22b).  Porque... “El que da testimonio de estas cosas dice: Ciertamente vengo en breve.  Amén; sí, ven, Señor Jesús” (Ap. 22:20).

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