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El Sufrimiento de los Justos

El concepto del “sufrimiento de los justos” ha sido durante milenios un tema de discusión, tanto para los cristianos como los incrédulos, incluso entre los sabios y rabinos de Israel.  La pregunta de por qué un creyente vive en ocasiones muy enfermo, experimenta reveses económicos y hasta tragedias en su familia, suscita una amplia variedad de respuestas.

Tenemos que reconocer que Dios permite el sufrimiento y circunstancias difíciles entre su pueblo, las cuales no son ni punitivas, ni el resultado del pecado, sino que las mismas tienen el propósito de traer bendición a la persona y muy a menudo un bien mayor a la comunidad.  Tales acciones de parte de Dios son “sufrimientos de amor”.  Circunstancias difíciles, que Él usa para moldear a sus hijos en conformidad con Su imagen.

Rashi, el famoso rabino y sabio judío, que viviera entre los años 1040 al 1105, al referirse al concepto de “los sufrimientos de amor”, explica: «Al santo, bendito sea él, Dios aparentemente lo castiga en este mundo, aunque no tiene culpa de ningún pecado; pero lo hace con el propósito de aumentar su recompensa en el mundo venidero, en un grado mayor de lo que sus méritos le hubieran merecido».

Job y José son dos de los más grandes ejemplos bíblicos que se mencionan en discusiones de esta naturaleza.  Ambos hombres eran inocentes y piadosos, sin embargo, tanto el uno como el otro, experimentaron un sufrimiento incalculable.

En el caso de Job, el registro bíblico sobre el origen de su sufrimiento dice: “Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia. Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás de delante de Jehová” (Job 1:8-12). 

A causa del ataque implacable de Satanás para hacer que Job renegara de Dios, el patriarca perdió todos sus bienes materiales, a sus hijos, y su cuerpo fue lacerado por la enfermedad en todas las formas inimaginables, sólo para recuperar su riqueza y la bendición de una nueva familia, que se le dio después de un notable encuentro con Dios mismo.  Claramente, el Señor estuvo obrando en todos los sufrimientos del patriarca para su bien, en un nivel hasta cierto punto limitado, para darle una nueva y más profunda comprensión del amor soberano que tenía para él.

Está registrado en la Escritura, que en el fin: “... Quitó Jehová la aflicción de Job...  Y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job... Y bendijo Jehová el postrer estado de Job más que el primero; porque tuvo catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil asnas, y tuvo siete hijos y tres hijas... Después de esto vivió Job ciento cuarenta años, y vio a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, hasta la cuarta generación. Y murió Job viejo y lleno de días” (Job 42:10, 12, 13, 16, 17).

La historia de José es un poco diferente.  Era un joven muy querido de su padre.  Niño aún, se trasladó con sus progenitores y hermanos a Canaán donde vivió hasta los 17 años de edad, dedicado a pastorear los rebaños de Jacob, de quien era hijo predilecto.  Más tarde, debido a esta predilección y al hecho de que le contaba a su padre los malos caminos de sus hermanos mayores, estos le aborrecieron en tal forma que un día lo vendieron como esclavo a unos mercaderes y le dijeron a Jacob que lo había devorado un animal.  Los comerciantes lo llevaron a Egipto donde lo entregaron por dinero a Potifar, capitán de la guardia del faraón.

En Egipto, gracias a su inteligencia y honradez, fue puesto de mayordomo en la casa de su amo, pero debido a una calumnia de la esposa de este, lo encarcelaron por largo tiempo.  Sin embargo, Dios lo bendijo, dándole gracia ante los ojos del jefe de la cárcel, quien le nombró guardián de todos los presos.  Allí interpretó los sueños a dos oficiales del faraón, también prisioneros, lo que después le proporcionó igual oportunidad de interpretar un sueño misterioso del faraón.

Como recompensa, y en bien de la economía del país, lo sacaron de la prisión para ocupar el cargo de primer ministro en el gobierno de la nación.  En esta forma llegó a ser el segundo personaje en Egipto, después del mismo Faraón.  El país prosperó extraordinariamente bajo su dirección.  Las acciones de sus hermanos estaban destinadas al mal, pero Dios las usó para el bien del pueblo hebreo y de la humanidad.  Finalmente, “Viendo los hermanos de José que su padre era muerto, dijeron: Quizá nos aborrecerá José, y nos dará el pago de todo el mal que le hicimos... Y les respondió José: No temáis; ¿acaso estoy yo en lugar de Dios? Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo. Ahora, pues, no tengáis miedo; yo os sustentaré a vosotros y a vuestros hijos. Así los consoló, y les habló al corazón” (Gn. 50:15, 19-21).

Otro ejemplo de este tipo se encuentra en la historia de Jocabed, la madre de Moisés.  Ella era de la tribu de Leví, al igual que su esposo, Amram.  La tradición judía registra que ambos estaban familiarizados con las profecías que Dios había dado sobre Moisés y sabían que el tiempo de la esclavitud del pueblo hebreo, pronto llegaría a su fin.  Tenían una fe fuerte en Dios y no temían a los edictos del Faraón, creyendo que Él les daría a un hijo que libraría a su nación de la esclavitud.

Las palabras en el texto original de Éxodo al referirse a Moisés, no sólo hacen alusión a su presencia física, sino a su fuerza inherente; bondad y gracia.  Después de que Jocabed lo sostuvo recién nacido en sus brazos, lo amamantó y amó durante tres meses para luego colocarlo en una cesta y dejarlo en las aguas del Nilo, su acción debió haberle causado un dolor tan profundo, que apenas podía soportar.  Sin embargo, Dios permitió todo esto para su bien, trayendo a su bebé de regreso a su hogar y a su vida, durante varios años mientras lo seguía amamantando, lo amaba y le enseñaba los caminos de Dios.

Al igual que en el caso de José, esas circunstancias también trabajaron juntas para el bien mayor del pueblo de Israel; dando lugar al futuro Éxodo de Egipto, uno de los eventos más importantes en toda la historia humana: “Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra... Entonces Jehová descendió en la columna de la nube, y se puso a la puerta del tabernáculo, y llamó a Aarón y a María; y salieron ambos. Y él les dijo: Oíd ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré en visión, en sueños hablaré con él. No así a mi siervo Moisés, que es fiel en toda mi casa. Cara a cara hablaré con él, y claramente, y no por figuras; y verá la apariencia de Jehová” (Nm. 12:3, 5-8).

Finalmente, encontramos nuestro último ejemplo en el libro de Rut.  Noemí, esposa de Elimelec, había vivido una vida de relativa facilidad y riqueza en Belén.  Como consecuencia de una gran hambruna que azotó a Judá durante el periodo de los Jueces, se vio obligada a viajar con su esposo y sus dos hijos a Moab.  Luego de la muerte de su esposo, sus hijos se casaron con las moabitas Orfa y Rut, lo cual debió significar un gran dolor para ella porque la Torá prohibía tales uniones.
                                     Continuará

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